El mito, la emotividad y el romanticismo que nos caracteriza a los colombianos, no ahora sino de mucho tiempo atrás, han magnificado el episodio ocurrido en Santa Fe de Bogotá, el 20 de julio de 1810, que desde entonces se celebra como el Día de la Independencia.
Transcurridos 212 años de esos hechos, hoy tenemos que nuestros congresistas se disponen a posesionarse de sus curules, luego de las elecciones del pasado 13 de marzo, que tantas canas le sacó al señor registrador Alexander Vega Rocha y quizá no se acuerden mucho de lo que ocurrió.
Pero un poco más de dos siglos, atrás, en ese viernes de mercado en la bucólica ciudad, la tranquilidad se alteró de manera inesperada para quienes hacían sus compras de manera desprevenida, pero no así para quienes cansados de los abusos de la Corona Española, habían empezado a regar las semillas de la Independencia, quienes se habían ideado un plan-un complot, se llamaba en esos lejanos tiempos, cuya finalidad, como lo haría cualquier primera línea de nuestros tiempo, era la de formar un tremendo alboroto.
«El mito, la emotividad y el romanticismo que nos caracteriza a los colombianos, no ahora sino de mucho tiempo atrás, han magnificado el episodio ocurrido en Santa Fe de Bogotá, el 20 de julio de 1810, que desde entonces se celebra como el Día de la Independencia».
Para ello, se pusieron de acuerdo para pedirle prestado un florero a un español que pasó a la historia de nuestra Independencia como Antonio Llorente, florero que era para adornar la mesa de un banquete que se le iba a brindar al Oidor, Don Antonio Villavicencio, por parte de un grupo de criollos, en cabeza de los hermanos Morales.
Los conjurados sabían muy bien que el tal Llorente era un español de pésimo genio y peor hablar, al que los criollos de Bogotá, le caían muy mal, por lo que supusieron bien que esa solicitud iba a ser respondida con groserías.
Así fue, Llorente les contestó de malas maneras, además los insultó y les dijo que, en lugar de colocar el florero en la mesa del anunciado banquete, lo que podrán hacer con él era cierta operación, lo que enarboló los ánimos de los incipientes patriotas.
Así las cosas y, aprovechando el día de mercado, los Morales formaron el escándalo en los que se empezaron a escuchar gritos de ¡abajo y mueran los chapetones!
Ese fue el Grito de nuestra Independencia, lanzado en momentos en que como se suele decir, los españoles de la Nueva Granada, se encontraban en su peor momento de popularidad, no solo en la ciudad principal, sino en varias zonas del país.
Lo cierto es que dos siglos después interpretamos este acontecimiento como un motín de los criollos que tenían ansias de poder y estaban cansados de tener que rendirles cuentas a la Corona Española.
Por eso, hoy podemos decir que lo que encendió la chispa de la Independencia fue una pelea callejera causada por un florero, cuyo duelo un español de muy malas pulgas, no lo quiso prestar. Por esto, el 20 de julio terminó muy mal para él, puesto que la multitud enfurecida se agolpó frente a su almacén con la intención de saquearlo (los tiempos no cambian) y darle su merecido.
Finalmente, el día de nuestro Grito de Independencia, terminó sin víctimas que lamentar y desde entonces, todos los 20 de julio son motivo de grandes polémicas entre los historiadores, puesto que mientras unos lo califican como una fecha decisiva que marcó lo que sería nuestra emancipación de imperio español, otros consideran que hubo una marcada exageración en los acontecimientos que se presentaron ese día, puesto que las cosas no pasaron de unos tomatazos y gritos contra los españoles. Pero de todos modos nos parece que el 20 de julio y su famoso florero de Llorente, si entreabrieron las puertas de nuestra futura libertad.

