La inflación traza las decisiones que toman los llamados agentes económicos, los empresarios y consumidores; en Colombia desde 1991 el Banco de la República tiene el control; para abril llegó a 9,23%, lo que parece positivo, por ser un dígito; pero es como un espejismo, por corresponder a la mayor alza en los últimos 21 años; en mayo 5.77% mayor que en 2021; de esa manera, confirma su contenido monetario que refleja el incremento persistente de los precios.
Es evidente, el dinero es para los precios como el aire para la vida; el primero, pierde su encanto por la intensidad de las consecuencias que recaen directamente en los consumidores y particularmente sobre la clase media, más, las personas vulnerables, los pobres, los pensionados, e informales, del sector rural y las ciudades.
Ante la tendencia alcista y crónica de los precios, los hogares colombianos “se han acomodado” con sacrificios para mantener una frágil estabilidad económica frente a las condiciones del mercado, esta actitud se observó hasta antes de la pandemia; sin embargo, está cambiando.
El Paro nacional que se desató desde el 28 de abril de 2021, ratificó y demostró la senda real por la que venía atravesando el país, como es la desigualdad y la concentración de la riqueza, agudizada por el incremento de la inflación; así, al revisar los rubros que impulsan el proceso de ascenso inflacionario, integrado por los alimentos, el vestuario, los bienes y servicios públicos, recreación, transporte y restaurantes, que son esenciales para vivir; necesariamente los hogares deben empeorar sus condiciones.
Las autoridades, y en este caso tanto el banco como el gobierno saben, que es un reto cumplir con el mandato constitucional de detener la inflación, catalogada históricamente por las naciones el detonante social por excelencia; igual, que los impactos del desempleo, los bajos ingresos y el deterioro del nivel de vida; según el Dane, la pobreza monetaria multidimensional se ha desbordado; en 2019 correspondió a 7.4 millones de personas equivalente a 35.7 por ciento y para 2020 ingresaron 3.6 millones, llegando a 42.5 por ciento.
Para 2022 el país está en igual tendencia y continuará ocupando uno de los tres primeros lugares a nivel mundial, en pobreza y desigualdad.
El ritmo inflacionario en Colombia y en los países similares, denominados desde hace 60 años “en vías de desarrollo”, se deriva de su posición en el sistema mundo imperante, donde los países industrializados y las grandes firmas manejan el sistema de precios y la economía, así lo confirman diversos estudios; Peter Phillips al respecto reflexiona, en mega capitalistas la élite que domina el dinero y el mundo, 2019.
Insistir en la receta de mantener el monetarismo para frenar la inflación, seguirá profundizando la pobreza y el descontento social. Urge cambiar de enfoque: diversificación de la producción, reactivar el campo, el empleo, renegociar convenios comerciales, garantizar demanda y controlar la evasión, entre otros puntos; para corregir las causas estructurales hacia el progreso nacional.
Por: Germán Caicedo Mora

