Concluida la cincuentena pascual, retomamos el Tiempo Ordinario con tres grandes solemnidades: La Santísima Trinidad, Corpus Christi y Sagrado Corazón de Jesús.
La primera, la Santísima Trinidad, la tenemos hoy. Los invito a sumergirnos en esta Escuela de la trinidad. Para ello le comparto estos tres datos:
Creer antes que entender
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en sí mismo. Dios nos revela que, siendo un único Dios, es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Si bien la fe no puede ser un acto irracional, ciertamente lo que se nos revela sobre Dios por medio de Jesucristo no es algo para entender como si se tratara de una fórmula matemática o una descripción física. San Anselmo de Canterbury nos decía que este es un misterio para creer y, creyendo, vivir en él.
De hecho, nuestra espiritualidad y las acciones litúrgicas siempre empiezan y terminan con el abrazo de la Trinidad. Pensemos en la Misa: si se fijan bien toda ella es una alabanza al Padre, por medio del Hijo (Jesús), con el poder del Espíritu Santo.
La intimidad de Dios
Al revelarnos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, Jesucristo nos revela que Dios es relación pura, armonía pura y perfecta de las Tres divinas personas.
En un discurso a los griegos, san Pablo decía que en Dios «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Si Jesús nos ha revelado lo más íntimo de Dios, como Hijo de Dios hecho hombre que es, por él, por el Señor, podemos entrar en esa intimidad. Recordemos que Jesús nos ha enseñado que “nadie va al Padre sino por Él”.
Aprendamos de Jesús a confiarnos al amor del Padre, con Jesús aprendamos a ser hijos nobles y obedientes y de la mano del Señor, permitamos al Espíritu Santo ser maestro, luz y guía de nuestra vida.
La transformación de las relaciones
Decíamos que Jesús nos revela en el misterio trinitario de Dios la perfecta armonía entre las tres divinas personas. De esta manera, nuestra confesión de este misterio se vuelve una inspiración de vida entre nosotros, los seres humanos.
Una familia, una comunidad, una sociedad que cree en Jesús y lo que él nos revela, está llamada a reflejar en las relaciones cotidianas la búsqueda de unas condiciones de armonía, de respeto, de fraternidad.
No. La fe en la Trinidad no es simplemente una devoción, ella inspira cosas concretas: implica apropiarnos una vocación: la de ser constructores de familias, comunidades y sociedades que forjan una auténtica “civilización del amor”, como decía san Juan Pablo II.
Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro

