Y no ha parado de llover. Los raticos que amaina el aguacero son tan solo una tregua de minutos como para tomar fuerza y seguir lloviendo con más fuerza. El agua corre por las calles que ya se ven como riachuelos por los cuales pasan levantando el agua para todos los lados los carros grandes y pequeños.
Solo basta con una ojeada hacia al frente donde está la montaña y hacia arriba el cielo para perder la poca esperanza con la que se puede levantar luego de una noche larga durante la cual solo se ha oído el sonar de las gotas sobre los techos y del correr del agua hacia los resumideros, a veces acompañan a la lluvia los truenos y relámpagos, el centelleo de un rayo y el resuello que le sigue. Llueve y llueve y la gente pasa de aquí para allá con los paraguas escurriendo, los gabanes empapados y los zapatos que andan a cargar el lodo y el agua de los charcos. Solo es de ver los ojos en cualquiera para saber que tanta lluvia cansa, aunque el agua sea bendita.
Hablan y hablan y no parecen cansarlos pues los raticos que callan o amagan con hacerlo son tan solo la señal de que vienen más palabras, que solo han dejado de hablar para tomar aire para después continuar con más fuerza. Una palabra le sigue a otra y esta trae más palabras que caen hacia todos los lados para ser escuchadas hasta por aquel que no quiere sino escamparse de las gotas de lluvia y de ellas que igual ya suenan monótonas. Pero más que los candidatos son sus seguidores los que insisten en ser escuchados, por lo que se los ve ir de aquí para allá y de allá volver a acá siempre hablando mientras los carros pasan y la gente que va en ellos y por entre ellos, tiene los ojos bien abiertos como espantados.
Será quizá por tanto aguacero seguido y muchas palabras. Unas dejadas caer pacientemente como si se tratara de lograr que se les coja cariño para quedarse con ellas, mientras otras son espetadas y no hacen más que provocar rechazo por el tufillo que las acompaña hasta donde están los que las oyen a la vez que ven con algo de temor el centelleo de los rayos y oyen el estruendo de las palabras.
Llueve y llueve agua y palabras. agua con palabras, palabras como agua, palabras aguadas o agua palabreada. Tanto ha llovido y han hablado que ya toda flota sobre un palabrerío en extensos charcos formados por la lluvia que no ha cesado desde cuándo comenzó a caer sobre este pedazo de tierra que parece, minuto tras minutos, hundirse entre toda esa agua, quizá ayudado por el peso de todo el decir, mal decir o bendecir.
La pregunta que se hace la señora de la ventana de enfrente, según se puede ver en su rostro, es la misma que le hace el señor de a lado a su esposa mientras ven como escurre de los techos de enfrente suyo el agua en gruesos y pesados chorros: ¿de dónde sale tanta agua? Y también tantas voces repitiendo las mismas palabras hasta convertirlas en infinitas retahílas que bien podrían verse, oírse y sentirse como chorreras sobre cada una de las cabezas expuestas ante el interminable fluir del líquido helado y el discurrir de vocablos resbalosos.
Hablan y hablan, así como solo llueve. No han dejado y según se oye no se advierte, ni con la lluvia ni en los que hablan, indicios de la proximidad del momento en el que paren de hacerlo. Por lo que San Isidro labrador (hablador) por favor quita el agua y manda el sol.
Por: Ricardo Sarasty.

