Ya con este son 22 años desde que San Juan Pablo II instituyera que el segundo domingo de Pascua sea la fiesta de la Divina Misericordia.
A la luz de las enseñanzas del papa Francisco, con estas tres facetas les invito a entrar también nosotros en la escuela de la misericordia.
La misericordia es un modo de ser
El Santo Padre dice que el nombre de Dios es misericordia y que antes que cualquier cosa, este es el modo de ser más auténtico de Dios hacia nosotros.
Dios actúa con misericordia. En cada acción de Jesucristo se identifica la mano tendida de Dios, “dispuesto a agarrarnos y a sacarnos fuera del barro”.
Acojamos la mano del Señor; dejémonos amar y salvar por Él. En la escuela de la misericordia, un discípulo del Señor es un apóstol de la misericordia: en todo lo que hace y dice busca estar cerca y ayudar a los atribulados.
La misericordia es verdadera
Con esto Francisco recuerda que Jesús no relativiza el pecado y el daño que nos hace. Pero tampoco olvida la más íntima verdad que queda al final de una caída: la humanidad. Ve el corazón y reconoce que ni siquiera los pecados más graves pueden apagar definitivamente el fuego de la gracia y que aún una pequeña chispa puede ser suficiente para reactivarlo.
La misericordia no elimina el llamado a luchar frontalmente contra el pecado, mirarlo de frente, llamarlo por su nombre y pedir a Dios la gracia de detestarlo y no querer cometerlo.
Pero la realidad del pecado no puede llevarnos a estigmatizar al pecador. Para Dios nadie es irredimible. En las situaciones más extremas y las caídas más profundas siempre habrá una oportunidad de regresar a Dios.
No tengamos miedo de volver a Dios y no entorpezcamos el camino de retorno que muchos quieren emprender. Seamos puente que acompaña ese regreso.
La misericordia es una meta
Dios siempre quiere salvar, perdonar, rescatar. Nunca deja de esperar que volvamos a Él.
Para entrar en esta escuela, en la lógica la misericordia, como dice el papa Francisco, se “requiere compromiso y sacrificio”. El año santo del 2016 el Papa nos invitaba a “comprometernos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros”.
Pasemos, pues, de los actos de piedad sobre la misericordia, a comprometernos seriamente por conformar nuestra manera de ser, nuestro lenguaje, nuestras relaciones con los demás, con este estilo, este modo de ser que debemos aprender de Jesucristo.
Dios permita que seamos alumnos aventajados de esta maravillosa escuela, que nos hará más sensibles con quienes necesitan de una mano tendida, de un abrazo solidario, de una palabra oportuna.
Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro

