Juan Carlos Cárdenas Toro

La alegría de volver a Dios

Este 4° Domingo de Cuaresma se conoce como el “Domingo de Laetare”, Domingo para alegrarse.

Pero si Cuaresma tiene el acento en la penitencia, los sacrificios, ¿alegrarse de qué? La parábola del hijo pródigo que nos trae la liturgia dominical hoy (Lucas 15,11-32), nos ayuda a entender que la razón para alegrarse es el perdón, el ser abrazados de nuevo por el Padre misericordioso.

Estamos, pues invitados a experimentar la alegría de recibir el perdón y dar el perdón. ¿Cómo hacerlo? Subrayo el camino hacia la alegría del perdón con estos 3 verbos:

 

Recapacitar

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define este verbo como “volver a considerar con detenimiento”. Como el personaje del Evangelio, en algún momento hemos tomado caminos que nos alejan de Dios; hemos “malgastado la fortuna” que Dios nos dio: talentos, habilidades, salud, la vida misma.

En esos momentos que traen dolor, tristeza, amargura, la invitación es a detenernos para considerar el valor de lo que perdimos al distanciarnos de Dios. Como el hijo pródigo, hoy es un buen momento para hacer ese alto en el camino, tomar conciencia de lo que dejamos. Es el primer paso para salir de la tristeza a la alegría del perdón.

 

Reconocer

Sumido en su crisis profunda, el hijo pródigo acepta su error. Acepta que le falló a Dios y decide dejar de lado el poco orgullo que le queda para ir a su Padre y confesar su falta, esperando tener de nuevo un lugar en su casa, así sea como uno de los criados.

Un grave problema de nuestro tiempo es que hemos perdido la conciencia de pecado. Hoy don muchos los que no logran distinguir qué es pecado y qué no. Para decirlo en términos simples, pescado es todo acto, pensamiento u omisión que nos aleja gravemente de Dios y rompe la armonía con nuestros semejantes así como con la creación (Aconsejo leer el Catecismo de la Iglesia Católica, números 1846-1876).

Miremos a la cara nuestro pecado, avergoncémonos de ellos y decidamos pedir perdón.

 

Volver

El hijo pródigo no se quedó solo “lamiéndose sus heridas”; es decir, lamentándose por las faltas pero sin hacer nada. Él se levantó y volvió a su Padre. Es lo que debemos hacer: dejar de lado excusas y justificaciones y volver a Dios.

Como le pasó al personaje bíblico, encontraremos los brazos abiertos de un Padre misericordioso que nos quiere rodear y olvidar lo que hemos hecho para darnos una nueva oportunidad.

Vayamos a nuestros templos, busquemos la confesión, sacramento donde Dios nos abraza y perdona. Hermanos sacerdotes, no privemos a los fieles de esta maravillosa gracia.

Por: Juan Carlos Cárdenas Toro.