Mauricio Muñoz

Los valores en juego

La realidad en la que vivimos como sociedad, como ya lo he esbozado en escritos anteriores, es una radiografía de la actualidad política y social de nuestro país, puesto que, sin lugar a dudas, tenemos los dirigentes que nos merecemos a partir de quienes somos, nos comportamos y reaccionamos en el cotidiano vivir.

En este caso, hablaré del valor de la lealtad, un valor que se encuentra, por lo visto, en el ostracismo, pues su práctica, puede ser tildada de debilidad e inclusive de carencia de visión a futuro. Cuando hacemos referencia a este valor, tenemos que entender sus bases, la RAE expresa que la lealtad tiene que ver con la acción de ser leal, de ser fiel, verídico, que se caracteriza por guardar a o de alguien, una definición muy poética, que lastimosamente en la actualidad se ve pisoteada por acciones que propenden por todo, menos por respetar lo que esta simple palabra quiere transmitir.

Hoy, la lealtad se reduce a breves momentos, a espacios intermitentes medidos por el flash de la opinión pública, y que, a medida que el foco con el que se mida la situación varía, también cambian las preferencias y las convicciones. Y es que el valor de la lealtad, en el ámbito político, por lo visto les pertenece a dos tipos de hombres, los que mueren por sus convicciones, o los neófitos, quienes aún no se han dejado permear por la voracidad de los lobos de los cuales, terminaran aprendiendo sus artimañas.

Es raro ver en la actualidad hombres fieles a ideales, a banderas, a pensamientos, y cuando estos hombres, uno en un millón, salen a la luz, son acusados de retrógrados, insensibles al momento histórico, arcaicos, y por esta razón, son tenidos como parias en un panorama, en donde, el más vivo es el que más traiciona.

Estamos ante una esfera política en donde las personas son tratadas como piezas en un juego de ajedrez, son reemplazadas, sacrificadas, descartadas, sin importar su mismo ser ni el daño que se puede causar al entorno social del afectado, y todo por las ansias desmedidas de poder, que atan y esclavizan, puesto que el imperio construido se ha edificado con base a engaños, promesas incumplidas, acciones reprochables y demás.

Qué diferente sería el mundo si entendiéramos que estamos hechos para servir, no para aferrarnos a nada ni a nadie, porque, cuando no pensamos en el beneficio colectivo, sino el particular, nos atamos a cadenas irrompibles, que obligan a acaparar a toda costa. Valioso el hombre y también el dirigente político que logre sus objetivos sin la necesidad de pisotear a sus contendores, de mover piezas como un titiritero o de venderse al mejor postor, un hombre de principios, leales a estos y a sus compañeros de lucha.

Por Mauricio Fernando Muñoz Mazuera