Esta es la situación de mayor tensión desde la guerra fría, que amenaza no solamente Europa del este, sino que corre el peligro de extenderse globalmente poniendo en peligro la paz mundial. El conflicto parte de Rusia por un lado, y la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte) alianza defensiva que reúne principalmente a los Estados Unidos, Europa y otros países que tienen menor importancia geopolítica. El meollo del asunto consiste en que la Rusia de Putin rechaza que su territorio esté rodeado por países proclives a Occidente, por intermedio de la Otan, y particularmente la pretensión de involucrar como miembro de dicho organismo a Ucrania, república de la ex Unión Soviética. Habría que considerar los ligámenes históricos de Ucrania con Rusia. Una parte de la población habla el ruso y se siente más rusa que ajena a ella.
Otro factor es que la península de Crimea anexada a Ucrania por Jrushchov cuando Kiev era tan soviética como Moscú y recuperada por Putin para Rusia, donde tiene la principal base aeronaval con valor estratégico para su seguridad.
En la contra parte, Biden quiere mostrarse fuerte después del desastre de Afganistán. Al tiempo desconoce el acuerdo entre el exsecretario de estado James Baker y Mijaíl Gorbachov en 1990 donde se acordó que Rusia facilitaba la reunificación alemana mientras que “la Otan no se expandiría un centímetro hacia el este.”
Mientras ocurre esta partida de ajedrez, el Estado ucraniano permanece como “invitado de piedra” en el conflicto, pues no se le tiene en cuenta en los foros entre las dos potencias. Ocurre siempre en los conflictos entre grandes respecto de sus satélites dependientes. Por último, los intereses económicos juegan papel importante: ejemplo, los comerciantes de armas.
Nuestro parecer es que no habrá invasión: cuando hay rivales con armas nucleares, solo se muestran los dientes. También resulta efectivo.
Por: Carlos Álvarez

