La situación que vive Colombia en estos años se acerca mucho más a la terrible época de la Inquisición que a una sociedad civilizada.
En la primera se quemaba, ahorcaba, enjuiciaba, desmembraba, desaparecía, a todo aquel ser humano que osara desafiar el poder ambicioso y mortal de las clases dominantes como lo era el clero y los señores feudales, unidos en una simbiosis casi satánica basada en la sinrazón para mantener a todo el pueblo en el temor y hambre permanente. El derecho de pernada (violación) y la ejecución de mujeres libertarias acusadas de brujería era común.
Hoy, en la geografía nacional y, específicamente en su capital Pasto, por ejemplo, la juventud se ha convertido en un objetivo a silenciar ya que el uso de la detención sin cumplir requisitos legalmente establecidos, irrumpir en las casas con tono de odio autoritario, perfilar lideres sociales, todos cercanos al estallido social que cambió la percepción de millones, se debe resolver constitucionalmente como compete a gobiernos realmente democráticos.
El sector de género también ha sido golpeado debido a la constante desaparición de adolescentes y adultas, tanto sin saber su destino o con el feminicidio como carta de exterminio, lo que hace pensar incluso en una red de trata de blancas que identifica y secuestra a niñas obligadas a cumplir cumplir sus obscenos propósitos.
«Afortunadamente las acciones de los jóvenes han sido respuesta fuerte al autoritarismo, la investigación desde ONG descubre la situación de la mujer agraviada y la consulta popular para reprobar las mineras».
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El atentado a la naturaleza, alma, vida y corazón de la humanidad, única morada donde el hombre como especie pervive, a través de la explotación inmisericorde de la minería se instituye en un instrumento de muerte ya comprobado al no ser regulado con soberanía y al regalarse a compañías foráneas que destruyen el territorio, ambiente y calidad humana.
Afortunadamente las acciones de los propios jóvenes han sido respuesta fuerte al autoritarismo, la investigación desde ONG descubre la situación de la mujer agraviada y la consulta popular para reprobar las mineras (como sucede en el norte de Nariño), se erigen como monumentos vivientes a la soberanía y dignidad de nuestros pueblos.
Por: Carlos Santa María

