En nuestros días es frecuente encontrar personas (demasiadas) enojadas con Dios. El motivo concreto puede ser muy variado: Porque se ha muerto un ser querido, se tiene una enfermedad, las finanzas tocan fondo, no se tiene trabajo, etc. Es decir, culpan a Dios por lo que les hace sufrir.
Esto los lleva a mirarlo con desconfianza y recelo, apartarse de Él, sentirse ofendidos porque se sienten maltratados por Dios. Por tanto, no se sienten obligados a rendirle culto, ni amarlo.
No niegan su existencia, sino que lo rechazan de su vida; saben que existe, pero no quieren saber nada de Él. Es como si pusieran a Dios en penitencia… Le exigen explicaciones y que los trate mejor.
Pero… hay más de un problema… Con esta actitud inmadura o caprichosa, se perjudican, impidiéndose a sí mismos encontrar el sentido del sufrimiento que los agobia y conseguir la paz; y se alejan de quien puede hacerlos felices.
Dios no tiene la culpa… de las enfermedades, de la maldad de los hombres, de los desastres naturales… Dios ha hecho al hombre libre. Y eso es bueno, ya que sólo así podemos amar y alcanzar la plenitud, aunque suponga un riesgo… El mal uso que el hombre haga de su libertad no es culpa de Dios.
El dolor angustia y aplasta cuando no tiene salida… cuando uno queda encerrado en su propio sufrimiento. Mucho depende de cómo se viva el dolor: Si se lo vive con bronca y resentimiento, resulta destructivo. Si se lo vive con sentido y amor, es liberador. Quien sufre no está solo, Dios está cerca de él. Su cercanía supone un gran consuelo y llena de paz. El enojo con Él, sólo nos priva de esta liberación.
La esperanza hace una gran diferencia: Un dolor cerrado en mí mismo, sin salida, se hace insoportable; o un dolor con sentido, lleva más allá de nosotros mismos, se sabe fecundo; entonces, es posible sufrirlo serenamente, llenos de paz.
El sufrimiento tiene sentido: Hay que encontrarlo. Cuesta… ya que el dolor obnubila la mente y oscurece la visión. No es fácil, pero Dios está más cerca del que sufre: Quien lo busca, lo encuentra.
Solo en Dios podemos encontrar la felicidad, de manera que enojarse con Dios es enojarse con la fuente de nuestra propia felicidad… y esto no parece una cosa muy inteligente para hacer.
Buscar en la luz de la fe, la luz para encontrar su sentido. Por ese camino, marcado por la humildad, encontrará primero resignación (algo fundamental); entonces la esperanza despertará la aceptación, que llevará a ofrecer el dolor y ofrecerse a uno mismo en él. Y entonces, brillará el amor: Encontrará el amor de Dios, que siempre estuvo a su lado.
No parece que nos convenga enfrentarnos con quien puede dar sentido y valor a nuestro sufrimiento, con quien puede darnos la fortaleza para llevarlo y con quien nos promete la felicidad absoluta si lo vivimos con amor.
Por: P. Narciso Obando.

