Si no cambiamos de actitud frente a la naturaleza, el fin de siglo sería un escenario desierto, con la urgencia de resolver nuevas carencias a unos costos desmesurados. Las grandes potencias estarían vendiendo bonos de oxigeno para poder respirar; el agua alcanzaría unos costos por encima del petróleo; las ciudades sería el hábitat de los neo esclavos que solo descansan para reponer energías para el trabajo del día siguiente y sin tiempo para el disfrute o para acariciar a una mascota. No pinta bien el mundo de fin de siglo si no despertamos nuestra capacidad de asombro.
De nada serviría acumular dinero, propiedades o joyas si los alimentos escasean o son transgénicos. De nada serviría que trabajes horas extras si no tendrás derecho a una pensión o a la seguridad social en salud. De nada servirían todas las vanidades propias de la sociedad capitalista si el mundo se desploma a pedazos.
Los bancos se habrían convertido en amos y señores de tus propiedades, habrían pasado a convertirse en herederos con mejores derechos que tus hijos. Las multinacionales de los medicamentos y las vacunas estarían propiciando nuevas enfermedades para para justificar la venta de sus productos. El sedentarismo y las enfermedades cardiovasculares serían resultado de comprar tanta comodidad.
Pagaríamos boletos costosos para poder entrar a unos llamativos parques, donde podamos observar árboles y plantas, animales domésticos que se convertirían en exóticos. La Real Academia de la Lengua habría aprobado una cantidad de vocablos que en la actualidad son las palabras más soeces y vulgares. El mundo no sería igual a fines de siglo por la insensibilidad de los humanos deshumanizados.
Todo este conjunto de malos procederes de los seres más inteligentes de la tierra está llevando al arrasamiento de lo más preciado: su subsistencia. El más grande de los pecados que está cometiendo el ser humano es el uso desmesurado de los combustibles fósiles. Las emanaciones de gases de efecto invernadero está acelerando el cambio climático del cual se deriva una serie de situaciones que ponen en riesgo la humanidad.
Si miramos a nuestro alrededor, buena parte de los productos de uso cotidiano se fabricaron con derivados del petróleo. Esta hecatombe se inicio en 1750 con la revolución industrial que ha conllevado a que se piense en el tener por encima del ser. Los hidrocarburos colonizaron el mundo y se posesionaron como patrones de las monedas de todo el orbe. El dólar no tendría tanto valor si no fuera porque gringos e israelíes se inventaran guerras y pasarían a adueñarse territorios y de los grandes yacimientos petrolíferos del mundo.
En nombre de la democracia se destruyen bosques, se acaba con ríos, se incinera la selva del Amazonas, conocida como el pulmón del mundo. En nombre de la libertad se contaminan las fuentes de agua con cianuro, mercurio y otros venenos con el objeto de robarle a la tierra el oro, la plata, el cobre, el níquel y otros tantos metales que ciegan la inteligencia humana.
El abuso de las máquinas que obtienen su energía a base del petróleo nos va a llevar a que la naturaleza le pase su cuenta de cobro con inundaciones, incendios forestales, deslizamientos, altas temperaturas que ocasionen el desaparecimiento de las cumbres nevadas de las más altas montañas. Los casquetes polares estarían derretidos en menos tiempo de lo previsto.
El mundo estaría devastado si más temprano que tarde no acudimos a las energías alternativas, que tienen que pasar a convertirse en las energías principales. Es necesario cuanto antes que adoptemos la bicicleta como nuestro medio de transporte para evitar emanar tanto monóxido de carbono a la atmosfera, que es uno de los venenos más eficaces para acabar con la vida en el planeta y propiciar el cambio climático como una de las mayores patologías de nuestro planeta.
Por: Aníbal Arévalo Rosero

