La regionalización ha sido utilizada malévolamente por el Estado y el gran capital para mantener las desigualdades geográficas, raciales, culturales, económicas y sociales, para justificar y negar el mayor desarrollo de unas regiones y el atraso de otras, para distribuir inequitativamente la renta nacional, fortalecer el centralismo político, económico y cultural; y, lo más grave, para mantener un modelo de desarrollo capitalista indolente con las regiones atrasadas, pues la condición dialéctica para que hayan regiones ricas como Bogotá, es que hayan pobres como Nariño. La fragmentación del país como consecuencia del paramilitarismo, las empresas electorales familiares, narcotráfico, guerrillas y corrupción está acabando no solo con la identidad nacional sino con las regionales.
Para el Estado, Nariño como subregión periférica, producto de la conformación histórica de los polos de desarrollo que por definición son excluyentes, es apenas un elemento más de la división político administrativa del país, referenciado sólo para la distribución injusta del presupuesto y su inclusión parcial en los planes nacionales de desarrollo de acuerdo a su pobre participación en el Producto Interno Bruto del país.
La producción y sus relaciones sociales crean otros límites físico- naturales y político administrativos, que dependen de las necesidades del desarrollo capitalista originado en la composición interna del capital, a favor de la acumulación o del consumo, formando espacios privilegiados o desprotegidos socioeconómica y culturalmente; es decir, creando una fractura y diferenciación de regiones que dependen del mayor o menor grado de acumulación de capital.
El capitalismo desborda los límites históricos, culturales y geográficos de región y el concepto clásico de identidad en donde Nariño ha llevado la peor parte en estos primeros 117 años de soledad.
La presentación regional de los intereses colectivos de las comunidades territoriales reivindica la heterogeneidad y la equidad entre regiones, como una opción descentralizadora que democratice el desarrollo.
Por: Chucho Martínez

