Emilio Coral Ojeda

La paz no es un trofeo de guerra

Al llegar a los tres años del gobierno del Presidente de la República, Iván Duque, queda claro que la paz no es un trofeo de guerra, no es lo que queda después de vencer al adversario, de dominar al enemigo, de la total y absoluta derrota del contrincante y que por lo tanto si la paz no es un trofeo de guerra es entonces el resultado de unos acuerdos, donde no hay ni vencedores ni vencidos, sino el haber logrado que cada una de las partes en conflicto ceda, ponga de su parte, entregue algo, ponga algo, con el propósito de llegar a un proceso de paz.

El surgimiento de las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia, las Farc, en los años de 1960, como un movimiento de autodefensas campesinas, estuvo relacionado con los guerrilleros liberales que se habían agrupado en los llanos orientales, con el acuerdo de paz, al final de la terrible violencia entre liberales y conservadores, luego del crimen de Guadalupe Salcedo, el líder liberal que había firmado este acuerdo de paz y también bajo la influencia ideológica de la revolución cubana, que llegó al poder en 1959, con el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Fidel Castro, en el contexto mundial de la guerra fría, entre la disputa intensa entre el capitalismo y el socialismo por el dominio del poder político.

Con el paso de los años ni el poder legítimo del Estado colombiano representado en sus fuerzas militares ni la entonces entendida insurgencia armada o rebelión política armada, que fue transformándose en grupos armados ilegales apegados al narcotráfico, pudieron derrotarse, exterminarse, doblegarse entre las partes. Lo que si hubo fue una gravísima afectación de la población civil, que fue convertida en trofeo de guerra, sobre la cual cada una de las partes ejerció el terror, el miedo, la violencia, el despojo, para dominar los territorios.

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Los más afectados fueron los excluidos históricamente, los nombrados como desfavorecidos, los pueblos campesinos, los pobladores de la identificada como la Colombia profunda. Fue una tonta guerra entre pobres, unos pobres con uniforme de soldado de la patria matándose con otros pobres vestidos de guerrilleros, en ambos casos obedeciendo órdenes de sus superiores, sacrificando sus vidas para mantener los privilegios y el dominio de los dueños del poder.

Si solamente se tiene en cuenta este aspecto de esa guerra, ese conflicto armado interno en Colombia, debía de terminar, con un proceso de paz, sin vencedores ni vencidos, sino con unos mutuos acuerdos, sin llegar a ser unos acuerdos perfectos, sino con, en este caso específico, lograr el cese de un enfrentamiento armado entre pobres, entre desfavorecidos, entre excluidos, en un escenario donde los mandos de una y otra parte daban las órdenes y esperaban e incluso exigían resultados, sea como sea, pasando por encima de lo que sea.

Así entonces, lo que ha habido en este actual gobierno es un lento, burocrático, una invasión de tramitología, procedimientos y procesos, para avanzar en cámara lenta con un proceso de paz que busca favorecer a los más pobres y excluidos.

POR: Jairo Emilio Coral.