Acordes que desarman: soldados reciben título de Artes para la Paz

En el Batallón de Apoyo de Acción Integral y Desarrollo N.º 4, en Villavicencio, la formación empieza igual que en cualquier guarnición militar: botas bien amarradas, uniforme impecable y disciplina férrea. Pero para los soldados profesionales Álvaro Javier Díaz y Moisés Cortés, la dotación incluye algo más que la indumentaria y el armamento reglamentarios. Cuando rompen filas, sus manos no buscan un fusil, sino el mástil de un cuatro y las cuerdas de un bajo eléctrico. 

Ellos son la cara visible de una paradoja que recorre la geografía colombiana: hombres entrenados para la guerra que han decidido construir paz a través del arte. Hoy, esa vocación empírica tiene por fin un respaldo oficial gracias a Artes para la Paz, el programa bandera del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. 

Este no es un programa cualquiera. Artes para la Paz se ha consolidado como la iniciativa de educación y formación artística formal e informal más ambiciosa en la historia de Colombia. Su premisa marca un cambio de paradigma: reconoce el arte como un derecho y no como un lujo. Bajo esa consigna, el programa se sostiene en cuatro pilares fundamentales que garantizan el futuro del sector: educación artística, empleabilidad de artistas formadores, fortalecimiento de organizaciones culturales y dotaciones artísticas. 

Es gracias a esta apuesta de país que Álvaro y Moisés, junto a más de 1.000 artistas de 28 departamentos, certificaron sus saberes, gracias a una alianza entre Ministerio de las Culturas y el Tecnológico de Artes Débora Arango para llevar Educación para el Trabajo y el Desarrollo Humano – ETDH a todo el país. 

Pero este logro también revela una faceta a menudo desconocida de la vida castrense. En el batallón al que pertenecen estos soldados, “hacer patria” trasciende el combate. Aquí, la institución no solo cambia fusiles por arte y cultura, sino que motiva a sus hombres activamente a estudiar y profesionalizarse, entendiendo que la cultura es un puente estratégico hacia la comunidad. Es una labor silenciosa con la que el Ejército llega a los rincones más apartados, allí donde la relación con la fuerza pública ha sido tensa, no para confrontar, sino para conectar a través de circos, música y ayudas humanitarias. En estas filas, se demuestra que la soberanía también se defiende con arte y que el talento de sus hombres se cultiva con la misma rigurosidad que la disciplina militar. 

El llanero que desarma corazones 

Álvaro Javier Díaz Aray, de 35 años, lleva el llano en la sangre y el ritmo de la vaquería en las manos desde niño. Nacido en Acacías, Meta, su padre lo introdujo en las notas y las estrofas de la música campesina y carranguera, pero a los diez años el arpa y el cuatro lo atraparon para siempre. 

Su vida militar comenzó en 2008 en el Batallón Guardia Presidencial, donde sus superiores notaron rápidamente que su talento con las maracas y el cuatro era tan valioso como su destreza física. Tras una pausa civil, regresó al Ejército hace 12 años, esta vez para integrar el Grupo Llanero del Batallón de Acción Integral. 

«Nosotros hacemos parte del proceso de la guerra no armada», explica Álvaro con la convicción de quien ha visto el efecto de una canción en medio del conflicto. Su misión es llegar a los lugares más recónditos de la geografía nacional, como La Macarena, para llevar alegría donde otros solo llevan temor. 

Para Álvaro, la certificación obtenida a través de Artes para la Paz es la validación que siempre buscó. «Nos faltaba esa parte donde uno podía certificar y comprobar lo mucho o poco que en nuestro trasegar de la vida hemos aprendido», confiesa. 

De los zancos de Tibú al bajo llanero 

La historia del soldado Moisés Cortés Rodríguez, de 29 años, es la de una transformación improbable. Nacido en Tibú, Norte de Santander, creció lejos del joropo, entre vallenatos y carranga. Su primer amor artístico no fue la música, sino el circo: a los 11 años ya andaba en zancos y escupía fuego en la Casa de la Cultura de su pueblo. 

Cuando ingresó al Ejército, pensó que debía renunciar al arte. «Me dolió tanto… dije: bueno, vámonos para el Ejército y a ver qué pasa», recuerda Moisés. Pero el destino lo puso en el «batallón de talentos». Allí, entre maniobras y ejercicios, empezó a estudiar música llanera de forma empírica. Lo hizo tan bien. que hoy los músicos locales se asombran de su destreza. «¿Cómo toca la música del llano tan perfecta si usted no es llanero?», le preguntan. 

Para Moisés, la oportunidad brindada por Artes para la Paz mediante el sistema de Reconocimiento de Aprendizajes Previos (RAP) fue la pieza que faltaba en su rompecabezas. A través de clases virtuales, validó la teoría que sus dedos ya conocían por instinto: escalas, armonías y lectura de partituras. 

Pero su mayor auditorio no está en las plazas, sino en una pantalla de celular. Moisés tiene un hijo de 7 años al que enseña música a distancia. «Conecto mi bajo acá, él conecta el de allá y empiezo a enseñarle técnicas», relata con orgullo. Para su hijo, ver a su papá graduarse gracias a este programa no solo es un orgullo, es la promesa de un futuro compartido. 

Un futuro civil marcado por la música 

La validación de sus saberes les ha permitido brillar en escenarios tan importantes como la COP16 en Cali, donde fueron ovacionados. Sin embargo, para estos soldados, el uniforme tiene un significado especial cuando están en la tarima. «Cuando tenemos el uniforme, la gente dice: Uy, pero ellos son militares y tienen un grupo llanero», cuenta Álvaro. 

Pero más allá del uniforme, la certificación de Artes para la Paz les ha permitido trazar un horizonte claro para cuando llegue el momento del retiro. Ambos tienen la certeza de que colgarán el camuflado, pero nunca los instrumentos. 

Álvaro, a quien le restan unos cinco años de servicio, tiene una meta fija: «Ser un licenciado para seguir enseñando y no dejar caer la cultura llanera». Por su parte, Moisés, aunque proyecta su retiro hacia el 2036, ya visualiza su vida civil en los escenarios: «Los planes míos son dedicarme a la música, respirar música, comer música y enseñar música». 

Lo que antes era un oficio empírico dentro de las filas, hoy tiene título de Técnico Laboral. En un país que busca construir paz, Álvaro y Moisés demuestran que la cultura es una herramienta poderosa de transformación social. Y gracias a Artes para la Paz, el programa que entiende el arte como un derecho fundamental, lo que antes no tenía título, hoy es el pasaporte para sus nuevas vidas.