La Feria de Cali, que en 2025 cumple 68 años, no tiene un origen único, y esa ambigüedad
es parte de su fuerza simbólica. Para algunos historiadores, su espíritu nació como
respuesta colectiva al profundo dolor dejado por la explosión del 7 de agosto de 1956,
cuando siete camiones del Ejército cargados con dinamita estallaron cerca de la antigua
estación del ferrocarril.
La detonación arrasó barrios enteros, destruyó viviendas, escuelas y comercios, y dejó
cerca de 4.000 muertos, miles de heridos y decenas de miles de damnificados. La ciudad
amaneció entre ruinas y duelo. Desde esta mirada, la feria habría sido un acto de
reconstrucción social y emocional, una resistencia desde la alegría.
Otra versión sitúa su origen en 1957, con la inauguración de la Plaza de Toros. Por
iniciativa del gobernador Óscar Herrera Rebolledo y bajo la organización de Joaquín Paz
Borrero, se impulsó una gran fiesta ciudadana ligada a los espectáculos taurinos.
En sus inicios desfilaron carretas haladas por bueyes y las llamadas reinas de la caña,
símbolos del mundo rural y del poder azucarero del Valle. Con el tiempo, Cali fue
abrazando la salsa como identidad cultural, hasta convertirse en referente mundial del ritmo
y el baile.
Así, entre tragedia, tradición y música, la Feria de Cali se consolidó como la fiesta que
transformó el dolor en celebración.

