El reciente ataque ocurrido a mediados de diciembre en el centro de Siria, en el que murieron dos soldados estadounidenses y un traductor civil, ha abierto un nuevo interrogante sobre la presencia de simpatizantes del grupo Estado Islámico (EI) dentro de las fuerzas de seguridad sirias. El agresor, abatido tras el ataque, resultó ser un miembro infiltrado de ese cuerpo que actuó inspirado por la ideología yihadista.

El suceso ha puesto en evidencia las debilidades estructurales del aparato de seguridad del país. Según explicó el periodista e investigador sirio Subhi Franjieh en el medio londinense Al Majalla, el atentado revela graves carencias en la capacidad de inteligencia del Gobierno sirio, agravadas por la falta de recursos, personal y la compleja situación territorial tras años de conflicto.

Aunque Siria se incorporó en noviembre de 2025 a la coalición internacional liderada por Estados Unidos contra el Estado Islámico, la cooperación se limita por ahora al Ministerio del Interior. El Ministerio de Defensa, en cambio, es considerado todavía poco fiable y en proceso de reorganización, lo que genera dudas entre los aliados internacionales.

Días después del ataque en Palmira, el Estado Islámico difundió un mensaje en Telegram celebrando las muertes como un “golpe” contra Estados Unidos y sus aliados sirios, aunque sin atribuirse directamente la autoría. Analistas consideran posible que el atentado haya sido inspirado por la propaganda del grupo, más que dirigido de forma directa, un patrón observado recientemente en otros países.

Reclutamiento acelerado y riesgos de radicalización

Expertos coinciden en que podrían existir más casos de miembros de las fuerzas de seguridad con simpatías extremistas. Tras la caída del régimen de Bashar al-Ásad en diciembre de 2024, las nuevas autoridades se vieron obligadas a reconstruir el aparato militar con rapidez. Este proceso acelerado ha reducido los controles exhaustivos sobre los nuevos reclutas.

Un portavoz del Ministerio del Interior reconoció que unos 5.000 nuevos efectivos fueron incorporados recientemente en la región donde ocurrió el ataque. Según indicó, el autor figuraba en una lista de vigilancia y estaba previsto su despido al día siguiente del atentado. Las evaluaciones del personal, afirmó, se realizan de manera semanal.

Jerome Drevon, especialista en militancia islamista del International Crisis Group, señaló que el Gobierno se enfrenta a una disyuntiva entre reclutar con rapidez o aplicar procesos de selección más estrictos. La opción elegida, advirtió, aumenta el riesgo de integrar a individuos más radicalizados, algunos de ellos hostiles a la cooperación con Estados Unidos y Occidente.

A este contexto se suma el pasado de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), la milicia liderada anteriormente por el actual presidente interino Ahmad al-Sharaa. Aunque HTS rompió vínculos con el Estado Islámico y Al Qaeda y llegó a combatirlos, investigadores como Masood Al Hakari, del Instituto de Investigación para la Paz de Fráncfort, consideran probable que aún existan elementos dentro del grupo que simpatizan con la ideología del EI.

Una amenaza latente en un país inestable

Se calcula que alrededor de 2.500 combatientes del Estado Islámico siguen activos en Siria e Irak, muchos de ellos ocultos en zonas desérticas, especialmente en áreas remotas cercanas a Palmira. En respuesta al ataque contra sus tropas, Estados Unidos lanzó más de 70 bombardeos en Siria durante el fin de semana, una acción que el presidente Donald Trump calificó de “represalia muy seria”.

Además, miles de antiguos miembros del EI permanecen recluidos en campos de detención en el norte del país, lo que representa un riesgo adicional. Sin embargo, los expertos subrayan que la mayor fortaleza del grupo no es solo militar, sino estructural: la fragilidad política, económica y de seguridad que persiste tras 14 años de guerra civil.

La falta de control total del territorio por parte de las nuevas autoridades, los enfrentamientos con comunidades minoritarias y la grave crisis económica generan un clima de inestabilidad que, según Al Hakari, ofrece al Estado Islámico una oportunidad para explotar el descontento social, ocupar vacíos de poder y ampliar su influencia. En este contexto, los ataques del grupo contra objetivos gubernamentales han aumentado desde el cambio de gobierno, en lo que analistas interpretan como un intento deliberado de debilitar al nuevo liderazgo sirio.