Ser buena persona es una mala estrategia a corto plazo. Casi siempre implica perder tiempo, dinero o tranquilidad. La historia está llena de ejemplos donde la virtud no fue recompensada, sino explotada.
El problema no es la bondad, es la expectativa de retorno. Ser bueno esperando aplausos es una transacción mal planteada. El mundo no funciona con justicia automática, funciona con incentivos torcidos.
Aun así, la bondad persiste. No porque sea rentable, sino porque hace posible la convivencia. Si todos actuaran solo por beneficio inmediato, la sociedad colapsaría en horas. La bondad es un subsidio invisible que nadie agradece hasta que falta.
Aprender a ser buena persona sin ser mártir es una habilidad avanzada. Implica límites, criterio y la capacidad de decir no sin culpa. La bondad sin límites no es virtud, es desgaste.
