Desde hace 30 años, Liliana Villota Guerrero vive enamorada del arte de tejer. Nació en una familia de tejedoras, donde cada mujer hablaba con las manos y las madejas de lana eran parte del paisaje cotidiano. Durante años trabajó desde su casa: le pedían sacos, ruanas, bufandas, y ella, con paciencia y destreza, los hacía uno a uno. Le iba bien, pero un sueño la acompañaba desde niña: tener su propio espacio para mostrar sus creaciones al mundo.
Ese sueño se volvió realidad cuando abrió Luisa María Lanas y Tejidos, su primer local, un lugar donde las ruanas, bufandas, amigurumis y piezas hechas a mano conviven con máquinas artesanales que conservan el sonido antiguo del oficio. Allí no solo expone su trabajo: abre las puertas para que otras personas tejedoras puedan llevar sus productos, venderlos con dignidad y recibir, por fin, un pago justo por cada hora de pasión invertida. “Hay quienes tejen desde la clandestinidad”, dice, “y yo quiero que se hagan visibles”.
Hoy, su emprendimiento sostiene a ocho trabajadores, porque la demanda crece al ritmo de su pasión.
Además, ofrece descuentos especiales en insumos para que las artesanas generen más ganancias y sigan perfeccionando su técnica. Sabe que el tejido es más que un oficio: es una terapia mental que acompaña a quienes enfrentan ansiedad o depresión. Por eso cuenta con una instructora permanente que guía, enseña y resguarda un saber que se está perdiendo.
Liliana no solo teje prendas; teje comunidad. Sueña con formar a más artesanas, reconectar a quienes han olvidado el valor de la paciencia, y mostrar que el tejido puede ser también un refugio, y anhela que su trabajo sea reconocido en otras regiones y países, donde lo hecho a mano es un tesoro.

