En las montañas nubladas que rodean Pasto, La Cocha, Bordoncillo y el volcán Galeras, un ave de colores intensos se ha convertido en protagonista del ecoturismo regional: el Quetzal Crestado (Pharomachrus antisianus). Su plumaje verde esmeralda, su pecho rojo intenso y su singular copete lo convierten en una de las especies más admiradas por observadores nacionales y extranjeros.
Durante los últimos años, este quetzal se ha vuelto un indicador de buena salud ecológica, pues solo habita bosques conservados y zonas de alta humedad. Su presencia revela que, a pesar de las amenazas, aún persisten áreas de gran valor ambiental en Nariño.
Un ave que vive donde el bosque respira
El Quetzal Crestado prefiere vivir en hábitats con abundantes epífitas, musgos y árboles cargados de bromelias. Suele habitar entre los 2.000 y 3.200 metros de altitud, donde la neblina cubre los árboles y el frío mantiene la humedad constante.
Su alimentación, basada en frutas como aguacatillos silvestres, lo convierte en un dispersor clave para la regeneración de los bosques andinos.
Ecoturismo responsable: una oportunidad de oro para Nariño
Ver un quetzal no es tarea fácil, pero cuando aparece es un momento inolvidable. Por ello, reservas naturales, asociaciones de avistadores y comunidades han creado rutas especializadas en observar esta joya alada.
De hecho, zonas como El Encano, el borde de La Cocha y el camino a Bordoncillo se han consolidado como puntos estratégicos del aviturismo en el departamento.
Gracias a esta creciente demanda, varias familias que antes dependían de la tala o la agricultura extensiva han encontrado en la observación de aves una alternativa sostenible y rentable.
Conservar para que el quetzal siga volando
El reto ahora es proteger los bosques donde esta ave vive, evitando la deforestación y frenando los incendios forestales. Entidades ambientales y organizaciones locales trabajan conjuntamente en cercados de protección, reforestación y monitoreo con cámaras trampa.
El Quetzal Crestado no es solo una belleza natural: es un recordatorio de que la vida en los Andes depende del equilibrio delicado entre el bosque, el clima y la acción humana.

