Los hábitos alimenticios experimentaron cambios significativos tras la pandemia. Las personas comenzaron a prestar mayor atención a la salud, la inmunidad y la sostenibilidad de su dieta. El aumento del consumo de frutas, verduras y alimentos frescos se volvió evidente, al igual que el interés por las preparaciones caseras.
La cocina casera recuperó el protagonismo. Antes, muchas personas dependían de comida rápida o alimentos procesados por falta de tiempo. Al verse obligados a permanecer en casa, redescubrieron el acto de cocinar como una actividad creativa y económica. Ese hábito, para muchos, permaneció.
La conciencia ambiental también influyó. El incremento de dietas basadas en plantas y la reducción del consumo de carne responden a la preocupación por el impacto climático de la ganadería industrial. Aunque no todos adoptan dietas completamente vegetarianas, sí hay una tendencia hacia opciones más equilibradas.
El comercio digital de alimentos creció exponencialmente. Los supermercados refuerzan sus plataformas de entrega, y muchos pequeños productores encontraron en las redes sociales un canal directo para vender. Esto abrió oportunidades económicas locales y permitió un acceso más fácil a productos frescos.
Sin embargo, la inseguridad alimentaria sigue siendo un problema en varios países latinoamericanos. La inflación afecta el precio de los alimentos básicos, lo que dificulta mantener hábitos saludables en hogares de bajos ingresos.
La tendencia general muestra una mayor preocupación por el bienestar. Las personas buscan alimentos funcionales, suplementos naturales y opciones que beneficien tanto al cuerpo como al ambiente. El reto será garantizar que estos hábitos puedan mantenerse en todos los sectores sociales.