Colibrí y el Mago, donde la pasta cuenta historias

Cada plato en Colibrí y el Mago cuenta una historia: de pasta artesanal, caldos memorables y la pasión de Alejandro por la cocina

En la calle 18 con 21, dentro de una edificación antigua que respira historia, se encuentra un lugar que no se parece a ningún otro en Pasto: Colibrí y el Mago. Alejandro Cerón, arquitecto de formación, transformó este espacio con plantas y detalles que hacen sentir al visitante como si estuviera en medio de un rincón de naturaleza, un refugio de calma en la ciudad. Pero más allá de la ambientación, el corazón del lugar late en la cocina. No es solo un restaurante, sino el reflejo de un viaje íntimo y profundo de su creador, Alejandro Cerón.

Todo comenzó con un pequeño colibrí que entró en una de las casas que Alejandro construía. El ave, exhausta, se posó en sus manos y lo invitó, en silencio, a mirar la vida de otra manera. Ese encuentro inesperado abrió una puerta que lo condujo hacia su pasión por la cocina, por la conexión con la tierra y por valorar cada ingrediente como un tesoro. El nombre del mago llegó después, recordándole que transformar ideas en realidad es un acto de magia cotidiana.

Alejandro empezó haciendo salsas, luego pasta artesanal, experimentando con México, Italia y sus propias recetas, hasta encontrar en la pasta un lenguaje capaz de transmitir cuidado, memoria y emoción. Cada plato que sale de su cocina abierta, donde los clientes ven cómo se amasan y mezclan verduras y harinas lleva consigo un gesto familiar: lo haría igual para su propia madre. Y los caldos, son el corazón oculto de muchas de sus salsas. Para la boloñesa, un caldo profundo de res; para las pastas con mariscos, un caldo marino cargado de esencia; para las de verduras, un caldo vegetal que huele a huerta fresca. Son el hilo invisible que une tradición, tiempo y sabor.

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Colibrí y el Mago no vende comida, comparte historias. La mejor pasta de la ciudad y esos caldos memorables son alma, historia y pasión, porque en cada cucharada se respira la historia y se percibe la dedicación de Alejandro, que convirtió un encuentro con un colibrí en un refugio para quienes buscan algo más que comer: buscan sentir.