P. NARCISO OBANDO
Hoy, aprendí una nueva palabra y pensé que la habían inventado para insultar al actual gobierno: Kakistocracia, la palabra del año 2024 para “The Economist”. Este término proviene del griego “kakistos” (el peor), y “Kratos” (poder o gobierno). Así, una kakistocracia es un sistema de gobierno, en el que el poder es ejercido por los peores o menos cualificados, ya sea en términos de ética, competencia o moralidad. Este concepto se ha utilizado para describir diversas situaciones políticas, donde la incompetencia y la corrupción predominan en los niveles más altos del gobierno.
En Colombia, el término ha cobrado relevancia, porque muchas personas sienten que sus líderes están más enfocados en sus propios intereses que en el bienestar de la sociedad. Puede manifestarse de diversas maneras, incluyendo la presencia de gobernantes que carecen de la experiencia y habilidad necesarias para dirigir, el uso de prácticas corruptas y una estructura de gobierno que favorece la manipulación y el abuso en vez del servicio público.
Uno de los aspectos más preocupantes de una kakistocracia es cuando los peores elementos asumen el poder, tienden a rodearse con individuos de mentalidad similar, lo que lleva a una erosión gradual de las instituciones democráticas y a la creación de un entorno donde la rendición de cuentas y la transparencia son prácticamente inexistentes, dañando la confianza pública, ya que los ciudadanos comienzan a perder la fe en la capacidad de sus líderes para tomar decisiones informadas y justas.
Además, en una kakistocracia, se priorizan políticas que benefician a un reducido grupo de personas en detrimento del bien común, dando como resultado un aumento de la desigualdad económica y social, así como en la falta de acceso a servicios básicos como educación, salud y seguridad; desafortunada realidad que estamos viviendo los colombianos.
Las consecuencias de gobiernos kakistocráticos suelen ser devastadoras, ya que líderes ineptos llevan a naciones enteras hacia crisis económicas y políticas. El concepto no se limita a regímenes autoritarios o dictatoriales; también puede darse en democracias donde el sistema electoral permite que individuos sin el conocimiento o la ética necesaria sean elegidos para altos cargos, gracias a campañas manipuladoras o a la desinformación.
La salud de una sociedad democrática depende de su capacidad para resistir la tentación de elegir a los peores y, en cambio, optar por aquellos que verdaderamente buscan el bien de todos. Asimismo, el fortalecimiento de las instituciones democráticas es esencial para limitar la corrupción y fomentar la ética en la política.

