La noche del 31 de octubre, Pasto fue testigo de una tragedia que conmovió profundamente a nuestra ciudad: un hombre, exmilitar, atacó a su exesposa y a su hijo en un restaurante, dejando como saldo la muerte del joven y del agresor, además de una mujer gravemente herida que hoy lucha por su vida. Este hecho no puede pasar como una noticia más; debe convertirse en un punto de reflexión colectiva sobre lo que está ocurriendo en el interior de nuestras familias y en la mente de quienes sienten que han perdido el control sobre su mundo emocional.
Desde la psicología clínica, este tipo de situaciones suelen estar marcadas por una combinación de frustración, pérdida del control emocional y un profundo deterioro de la salud mental, muchas veces silencioso. En hombres con antecedentes de disciplina militar, autoridad o estructura rígida, el impacto de una separación puede vivirse como una herida narcisista que los lleva a confundir amor con dominio, y afecto con posesión. Cuando no hay espacios para tramitar el dolor ni apoyo psicológico, el ego herido puede convertirse en una fuerza destructiva.
Detrás de cada hecho violento suele haber un sufrimiento no expresado, una depresión no atendida o una ideación suicida ignorada. Nadie se levanta un día queriendo destruir a su familia: llega a ese punto después de un proceso interno de desmoronamiento emocional que el entorno muchas veces no logra percibir. La violencia no aparece de la nada; se gesta en el silencio, en la vergüenza de pedir ayuda, en la idea errónea de que sentir tristeza o impotencia es debilidad.
Es urgente que como sociedad aprendamos a identificar las señales tempranas:
• cambios bruscos de ánimo,
• pensamientos fatalistas (“no sirvo para nada”, “sin ellos mi vida no tiene sentido”),
• aislamiento,
• obsesión por la pareja o los hijos,
• o expresiones de venganza o desesperanza.
Cuando uno de estos signos aparece, es momento de intervenir, hablar y acompañar, no de juzgar ni de minimizar. La prevención no comienza en los juzgados, sino en el hogar, en la conversación honesta y en la atención oportuna.
Este hecho no solo deja un vacío inmenso en una familia, sino que también nos deja una enseñanza colectiva: no podemos seguir callando el sufrimiento emocional. Así como acudimos al médico por un dolor físico, debemos acudir al psicólogo cuando el alma duele.
La salud mental no es un lujo, es una necesidad.
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“Cuando un hombre no sabe cómo llorar, termina gritando con violencia. Cuando no aprende a perder, puede terminar destruyendo todo lo que ama. Eduquemos desde la empatía, no desde el miedo.”

