Nariño: un estancamiento que debería alarmarnos

Por: Alina Constanza Silva

En el Índice Departamental de Competitividad (IDC) 2025, Nariño ocupa el puesto 20 entre 33 departamentos. La cifra, en apariencia estática frente al 2024, no debería tranquilizarnos: más que una muestra de estabilidad, refleja una preocupante incapacidad estructural para avanzar frente a un entorno cada vez más exigente. En un país con desequilibrios profundos entre regiones, permanecer en la parte baja del ranking significa perder el tren del desarrollo.

La competitividad, tal como la mide el IDC, no es un juego de percepciones. Cada indicador ha sido transformado en una escala entre 0 y 10 mediante una metodología max-min que conserva las brechas reales entre departamentos. En otras palabras, no solo importa la posición, sino también cuánto nos separa del resto del país. El caso de la región Pacífico —a la que pertenece Nariño junto con Chocó, Cauca y Valle del Cauca— es ilustrativo: la brecha entre el mejor y el peor ubicado es de 2,58 puntos, lo que evidencia un abismo de oportunidades.

En infraestructura, por ejemplo, Nariño apenas alcanza el puesto 30, y aunque el recálculo del 2024 muestra una leve mejora, seguimos en el fondo de la tabla. Esto se traduce en una realidad cotidiana: carreteras en mal estado, limitaciones logísticas y acceso precario a servicios básicos. En salud (puesto 22) y educación superior y formación para el trabajo (puesto 20), los indicadores revelan un rezago acumulado que incide directamente en el capital humano y, por ende, en el desarrollo económico.

Aún más preocupante es el puesto 25 en innovación. No se puede hablar de transformación productiva ni de escalamiento tecnológico sin inversión en ciencia, tecnología y capacidades empresariales. Aquí se manifiesta una de las debilidades estructurales más severas del departamento: la incapacidad del sistema educativo, empresarial y gubernamental para articular un ecosistema de innovación. El resultado: un tejido productivo estancado, poco diversificado y excesivamente dependiente de la informalidad y de actividades de bajo valor agregado.

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En el pilar de entorno para los negocios (puesto 21), se evidencia un clima poco propicio para el emprendimiento, debido a trámites complejos, acceso limitado al crédito y una institucionalidad débil. A ello se suma el puesto 22 en tamaño de mercado, que refleja una demanda interna limitada por el bajo poder adquisitivo de la población y la reducida integración con mercados nacionales e internacionales.

Nariño aporta apenas el 1,48% del PIB nacional. Y el PIB por trabajador, en promedio, no supera los 26 millones de pesos anuales, muy por debajo del potencial de otras regiones. Esta baja productividad es el síntoma de un modelo económico sin modernización, donde la innovación no tracciona y la infraestructura no conecta.

El IDC no es una condena, pero sí una advertencia. Si no se implementan políticas audaces para cerrar brechas especialmente en infraestructura, innovación y capital humano Nariño seguirá en el mismo lugar: viendo pasar desde la barrera los avances del resto del país. No podemos permitirnos esa pasividad. La competitividad no es un lujo, es la base mínima para garantizar bienestar y futuro.