Ese llamado a desarmar las palabras es un decir más entre todos los que se escuchan ahí donde nadie quiere asumir responsabilidades. Es la misma argucia con la que se pone del lado de las sustancias y los objetos el mal para librar de culpa a aquel que las usa o mejor mal usa. En la lingüística moderna se explica la razón por la cual se afirma que las palabras no tienen significado y si usos, por lo que dependiendo del contexto en el que se emplean adquieren valor. Hablar del contexto es hacer referencia en, forma inmediata, a la misma oración, a el párrafo y todo el texto en sí. Ya por fuera del orden gramatical al contexto lo conforman las circunstancias, el modo y el tiempo en él que se dicen. Por lo que salir a pedir desarmar las palabras es ignorar o pasar por alto que a todo proceso comunicativo le precede una intención, a la intención le sucede una interpretación y una respuesta. Por lo tanto, la sola palabra no es la que agrede o, como se ha querido obligar a que se entienda, no genera violencia. Violento es aquel que las selecciona de entre todas aquellas que componen el idioma, pensando en el porque deben de ser esas y no otras las pronunciadas o escritas, con la misma pericia con la que se calcula el peso de la piedra, el alcance de la bala, el tamaño y la forma del puñal. Sin que esa sola acción sea suficiente para convertir a la piedra, la bala y el puñal en los directos causantes de la agresión para la cual fueron escogidos.
La agresión no lo sería si no se consumara el propósito, si tan solo se quedara en la intención. La ofensa para serlo requiere pasar del deseo a la acción, en el caso de hacerlo verbalmente, entiéndase que las palabras deben de primero conformar un mensaje y segundo, para que las palabras adquieran valor en el mensaje necesitan ir acompañadas por el gesto y el tono. Como signo el sentido de la palabra va a depender si es oral de la mímica y el lugar y cuando se escriben de su relación con los signos de puntuación. Las solas palabras no son la amenaza ni la difamación. Se dicen motivadas por el deseo, claro que en el caso de los insultos es mejor decir se expelen. No obstante, la eficacia de la comunicación depende del sentido que adquieren como mensaje una vez están frente a los ojos o en los oídos del receptor, del que se espera la debida respuesta. El que responde al hacerlo habrá de demostrar que entendió no un significado del vocablo, sino que identifico el sentido hacia el cual fueron dirigidas y acorde a ese sentido dar a entender las razones por las cuales se considerado ofendido por el mensaje construido con el conjunto de palabras, no por cada una. No existen malos entendidos con las palabras sino interpretaciones erradas de los mensajes, ya porque se ha sacado el mensaje del contexto o no se ha escuchado o visto todo, sino que de manera deliberada o por descuido se toma una parte y con base solo en ella se crea un significado. Convirtiendo la palabra en símbolo y como tal se utiliza en funciones ajenas a las de la comunicación, como sucede cuando se estigmatiza, se ridiculiza, se denigra y excluye o cuando también se vanagloria, se ensalza y se adula. Así como sucede con los diminutivos o aumentativos, los adjetivos y adverbios. Pues una cosa es un senadorcito y otra el honorable senador en boca de un periodista. O un terrateniente hablando del salario desde su camionetaza mientras el peón cuenta billeticos en su ranchito. ricardosarasty32@hotmail.com
