Por: Pablo Emilio Obando A.
En estos momentos el departamento de Nariño es un polvorín, tanto en la costa como en la zona andina se sienten vientos de guerra. Ante la permisividad de nuestras autoridades en su intento de figurar como promotores de una paz territorial, se fue tejiendo poco a poco un escenario propicio para ser ocupado por actores de una violencia desenfrenada y escalofriante.
El terror llegó hasta las puertas de nuestros hogares, en medio de miedo, zozobra y terror. El solo hecho de caminar por las calles ya es un peligro que puede terminar en tragedia y muerte. No se respeta la presencia o cercanía de instituciones educativas, hospitales o de comercio. El pánico se apoderó de nuestro departamento.
Por supuesto que se hace necesario tomar medidas de precaución como alertar a las autoridades ante la presencia de personas sospechosas o vehículos solos y abandonados. Evitar aglomeraciones o asistir a eventos masivos. Es asunto de todos el cuidar la vida y promover seguridad.
Por fortuna no se ha presentado, en la ciudad de Pasto, pérdida de vidas o afectaciones en viviendas y edificios. La rápida y pronta intervención de nuestras autoridades ha impedido el registro de daños mayores.
Lo que parecía una realidad de otras latitudes, es ahora una presencia en nuestra ciudad. Se debe acatar las determinaciones de nuestras autoridades civiles y militares. Proteger la vida es un imperativo que no admite dilación alguna. Y mucho más, si se trata de niños y menores de edad.
Jugamos con la paz al extremo de invocar a sus demonios. Vivimos el infierno que difícilmente apagará sus llamas por cuanto se alimenta del miedo y la angustia de los hombres y los pueblos.
Nos resta formular un llamado a la sensatez a estos actores de la muerte que siembran nuestras calles de angustia y dolor. No queremos lamentar o llorar la pérdida de nuestros seres queridos. Prudencia y sensatez para unos y conciencia y piedad para los otros.

