En el instante en que, en la tarde del pasado sábado, el precandidato a la presidencia de la República y senador, Miguel Uribe fue atacado a bala cuando en el marco de su campaña presidía una manifestación en el occidente de Bogotá, retrocedimos a los nefastos años 80 y 90, cuando se desató una violencia política que le costó la vida a cuatro aspirantes presidenciales: Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro Leongómez.
El atentado contra el congresista es de extrema gravedad y revive nuestra recurrente tragedia, de ver caer bajo las balas asesinas a candidatos con claras posibilidades de llegar a la presidencia, a quienes la violencia, no solo les cortó sus aspiraciones sino trastocó la política nacional, puesto que esos dolorosos sucesos, en las épocas en las que ocurrieron, causaron grandes cambios en los destinos políticos del país y contribuyeron a recrudecer la violencia. En ese sentido, podemos decir que esos asesinatos fueron la causa para que nuestra historia política, sufriera grandes trastornos, en especial en lo referente al incremento del conflicto armado y el aniquilamiento de militantes de diversos sectores políticos.
Hoy, cuando en momentos en que se escribe esta nota Editorial, Miguel Uribe se debate entre la vida y la muerte, se reviven todos los terribles fantasmas de un pasado que creíamos superado, pero que hoy revive en un país donde la violencia azota a varios territorios de la geografía nacional, en detrimento de miles de personas que a consecuencia de los combates entre el Ejército Nacional y los alzados en armas, son víctimas de desplazamientos y confinamientos.
Es igualmente grave saber que este atentado contra la vida del precandidato presidencial Miguel Uribe se produce cuando Colombia se encuentra ya en plena campaña política, al empezar a correr los calendarios electorales, para los comicios del próximo año, del Senado y la Cámara de Representantes y la presidencia de la República. Por ello, una nube negra se empieza a cernir sobre estos procesos, ante el temor que debe comenzar a embargar a los candidatos a las diferentes corporaciones, lo que seguramente obligará al Gobierno Nacional, a la implementación de medidas especiales de seguridad para proteger a quienes fungirán como candidatos en los procesos electorales que se avecinan.
Es así como, luego del atentado del sábado, que conmociona a millones de colombianos, vivimos la zozobra y el miedo, que se reviva la violencia política que tanto daño nos ha hecho a través de los años, desde que el 9 de abril de 1948 fue asesinado en Bogotá, el caudillo liberal, Jorge Eliecer Gaitán, un crimen que desencadenó no solo “el bogotazo”, que en cuestión de horas semidestruyó a la capital de la República, en medio de una violencia sin precedentes, sino que sembró la semilla de lo que sería la violencia partidista entre liberales y conservadores, que bañó de sangre nuestros campos y ciudades, con un saldo de miles de muertos y destrucción, violencia que no se detiene y en estos días, nos azota sin piedad.
Setenta y siete años después, el atentado en el que se atentó contra la vida del precandidato presidencial Miguel Uribe, se constituye en una estocada al corazón de nuestra democracia y hoy nos despierta muchos temores, preocupaciones e inquietudes, y, por que no decirlo, temor, de lo que nos pueda deparar un futuro político que por ahora se presenta confuso e incierto.

