En medio de las esquinas olvidadas en las comunas, un grupo de voluntarios decidió hacer de los libros un vehículo de esperanza. Son profesionales de lengua castellana que, lejos de quedarse en las aulas, tomaron la decisión de llevar la lectura hasta los rincones donde más se necesita: los salones comunales, los barrios populares.
Así nació esta biblioteca ambulante, una iniciativa tan poderosa como humilde, que desde hace más de un año recorre la ciudad de Pasto, especialmente en el barrio San Carlos, detrás de la Clínica Fátima, o en la comuna 10. Allí, cada semana, se abren los libros y también los ojos de decenas de niños entre los 4 y 12 años, que aprenden a leer, a escribir, a pensar.
Pero no es solo una biblioteca. Es un espacio de amor, de respeto y de cuidado. Un lugar donde se corrige con ternura la letra torcida, donde se enseña a comprender lo que se lee, donde se escucha con atención lo que los pequeños tienen que decir. Porque sí, uno de los grandes males de nuestra época es que los jóvenes no saben escuchar. Y eso, dicen las voluntarias, tiene una raíz: no aprendieron a leer bien. Leer de verdad. Leer con sentido.
Por eso, cada barrio que visitan se convierte en una semilla: sueñan con dejar una estación de lectura en cada comuna, rescatar las bibliotecas comunitarias, recolectar material con ayuda de los vecinos y sembrar el amor por la lectura en los más pequeños. Gracias al respaldo de algunos padres, también se reconocen los esfuerzos de los voluntarios, quienes han hecho de este trabajo una verdadera misión.
Hoy, su centro más fijo está en la Calle 22. Pero la biblioteca no tiene fronteras. Su verdadera casa es donde haya un niño esperando que alguien le lea un cuento. En un mundo donde la cultura digital consume y aturde, esta biblioteca ambulante regala algo simple y valioso: tiempo, escucha y libros. Porque leer es resistir. Y resistir leyendo es, sin duda, una de las formas más hermosas de cambiar el mundo.

