Grito de dolor desde el Catatumbo

En medio de la creciente violencia que azota a la región del Catatumbo, un grupo de mujeres campesinas ha decidido alzar su voz en un acto de valentía y dolor. A través de una carta abierta dirigida al presidente Gustavo Petro, la Fundación Madres del Catatumbo por la Paz lanzó un desesperado clamor: que pare la guerra, que cese la violencia y que sus hijos no sigan siendo asesinados o reclutados por grupos armados ilegales.

“Con el corazón hecho trizas, escribimos estas palabras como madres, como mujeres campesinas, como víctimas y testigos del horror”, inicia el texto, que expone con crudeza el drama de cientos de familias atrapadas en un conflicto que no da tregua.

Una región que llora a sus hijos

La carta, firmada por mujeres que han perdido a sus hijos en medio del fuego cruzado o que viven con el temor constante del reclutamiento forzado, denuncia la indiferencia del Estado y la falta de rutas efectivas para proteger a la niñez y juventud del Catatumbo.

Carmen García, representante de la Fundación, explicó que la organización recibe cada día denuncias de madres desesperadas porque sus hijos están siendo sacados de sus hogares para unirse a las filas de los grupos armados.

“Me están robando lo más preciado que tenemos: nuestros hijos. Estamos resistiendo solas en el territorio”, afirmó.

Niñez en la línea de fuego

La carta también advierte sobre la normalización de la violencia contra los menores

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, quienes son víctimas constantes del reclutamiento, el secuestro o incluso el asesinato, sin que haya una respuesta institucional efectiva.

“Las madres vivimos el horror de no saber si mañana nuestros hijos volverán a casa o si la próxima noticia será que los mataron en un enfrentamiento”, se lee en uno de los pasajes más dolorosos de la misiva.

Llamado urgente al Gobierno

En su mensaje, las madres no solo expresan su dolor, también hacen un llamado directo al presidente Petro para que mire al Catatumbo con humanidad y acción concreta. Piden la implementación de políticas reales de protección, presencia del Estado en el territorio y, sobre todo, una paz que se traduzca en vidas salvadas.

“Mientras tengamos voz, seguiremos llamando. Y hoy lo hacemos con la esperanza de que alguien, esta vez sí, escuche”.