Hoy no escribimos desde la urgencia de la noticia. Hoy, esta sala de redacción no corre tras cifras ni titulares. Hoy nos detenemos, con el corazón en la mano, para escribir algo más grande que cualquier escándalo político o cobertura nacional: una carta abierta al amor más puro que existe: el amor de una madre.
Esta redacción se viste de homenaje y se llena de palabras tejidas con respeto, nostalgia, admiración y cariño. Porque hoy celebramos a esas mujeres que no llevan capa, pero son verdaderas heroínas. Madres que trabajan sin descanso, que luchan cada día para poner un plato sobre la mesa, que abrazan con el alma y que, a pesar del cansancio, nunca dejan de soñar por sus hijos.
Este texto es para ti, madre luchadora. Para ti, que te levantas cuando aún no ha salido el sol y regresas cuando la ciudad duerme. Para ti, que haces magia con lo poco que hay, que curas con besos, que enseñas con el ejemplo. Para ti, que muchas veces callas tu tristeza para que tus hijos rían. Para ti, que enfrentaste el hambre, la soledad, el dolor y aún así nos diste amor sin medida.
Hoy también queremos saludar a todas esas madres que ya no están físicamente, pero que siguen viviendo en la memoria y en cada gesto de quienes las recuerdan. Madres que partieron dejando una huella imborrable en el corazón de sus hijos. En este día, encendemos una luz de gratitud para ellas, por todo lo que entregaron, por cada sacrificio, por cada historia compartida.
En medio de este homenaje, esta sala quiere hacer una dedicatoria muy especial: a Janeth Médicis, madre amorosa, valiente, constante, una mujer que ha sabido guiar con firmeza y ternura, que ha sido columna vertebral de mí familia. Hoy, desde lo más profundo del corazón, su hijo le escribe estas líneas como un tributo a la madre que le dio la vida, pero también las herramientas para enfrentarla con dignidad, con coraje y con bondad. Gracias, mamá, por tu fuerza, por tu fe, por tu amor que siempre ha sido refugio y empuje.
Este homenaje también se extiende a todas las madres pastusas y nariñenses, mujeres de tierra fértil y alma firme, que caminan con orgullo y crían con entrega. Madres campesinas, madres indígenas, madres trabajadoras, madres jóvenes y mayores, todas unidas por un mismo sentimiento: el de darlo todo, siempre, por sus hijos.
Gracias por la paciencia, por los regaños llenos de amor, por las noches en vela, por las palabras sabias, por la compañía silenciosa. Gracias por ser abrigo, faro y fortaleza. Hoy y siempre, su labor merece el más profundo reconocimiento.

