La guerra en el suroccidente colombiano ha mutado. Ya no se escuchan ráfagas de fusil como antes. Ahora, el terror llega desde el cielo, impulsado por drones cargados con explosivos, bombas ocultas en caminos rurales y niños entrenados como explosivistas.
Las disidencias de las Farc y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) han convertido los departamentos de Cauca, Valle del Cauca y Nariño en campos minados donde la vida pende de un hilo. La Paz Total que prometió el gobierno de Gustavo Petro se siente lejana para las comunidades, que sufren el avance de una guerra cada vez más silenciosa, letal y cruel.
Explosivos de bajo costo, pero alto impacto
Según fuentes de inteligencia citadas por SEMANA, muchos de los elementos usados para fabricar explosivos llegan desde Ecuador y Perú, lo que complica su rastreo por parte de las autoridades. Estos artefactos son instalados en zonas remotas, donde los criminales usan controles a distancia, detonadores con celulares o sensores de radiofrecuencia.
El general Francisco Mejía, comandante de la Tercera División del Ejército, describe cómo un solo guerrillero, “en chancletas y desde una silla plástica”, puede lanzar un dron con explosivos desde kilómetros de distancia para matar soldados sin enfrentamiento directo.
Solo en los primeros tres meses de 2025, el Ejército ha neutralizado 466 artefactos explosivos, lo que representa más de la mitad del total incautado en todo 2024. El aumento coincide con el ingreso del Estado a zonas donde por años no había presencia institucional.
El uso de menores: la nueva cara de la guerra
El comandante Mejía denunció que las estructuras criminales están utilizando menores de edad como expertos en explosivos. Son reclutados, entrenados y manipulados por ser más difíciles de judicializar.
“Los entrenan porque saben que, si los capturan, el sistema los suelta en semanas. No hay centros adecuados para su reclusión y regresan más peligrosos”, asegura el general.
Una de las figuras más siniestras detrás de esta práctica es alias Karina, explosivista de las disidencias, conocida por entrenar niños y niñas. Inteligencia militar la califica como una de las integrantes más violentas de su estructura, y su “frialdad” ha alarmado incluso a soldados veteranos.
Héroes sin reconocimiento
Mientras las amenazas se sofistican, los equipos antiexplosivos del Ejército trabajan sin descanso y sin primas de riesgo. Son soldados que arriesgan sus vidas desactivando bombas en caminos, escuelas y veredas, pero no reciben compensación adicional.
“Son héroes invisibles. Salvan comunidades enteras, pero no tienen beneficios ni reconocimiento”, lamenta Mejía.
Perseo II: la nueva fase contra el terror
El Ejército lanzó la segunda fase de la ofensiva Perseo II, con 500 hombres adicionales para combatir al frente José María Becerra del ELN y a la estructura de alias Homer Cortés de la Segunda Marquetalia, en zonas críticas como Argelia, Jamundí, el cañón del Micay y la cordillera nariñense.
En paralelo, se intensifican las acciones contra el Clan del Golfo, especialmente en el norte del Valle. Aunque la operación Agamenón II no se ha oficializado en esta región, las tropas trabajan en conjunto con la Armada Nacional en municipios como Trujillo, Bolívar y Buenaventura.
Comunidades cansadas del terror
En regiones como El Plateado, la comunidad ha comenzado a apoyar abiertamente al Ejército, cansada del dominio violento de los grupos armados. Según el general Mejía, ya no se ve a los cabecillas moviéndose impunemente en camionetas como antes. “Han perdido control territorial”, afirma.
Sin embargo, advierte que los diálogos de paz han servido más para el fortalecimiento de los ilegales que para lograr avances reales.
“Los diálogos sin resultados concretos han sido usados por estos grupos para reorganizarse. Por eso, mientras no haya hechos tangibles, las operaciones militares deben intensificarse”, concluye con firmeza.
La guerra en Cauca, Valle y Nariño ha entrado en una fase de sofisticación brutal. Explosivos en manos de menores, drones cargados de muerte y comunidades en riesgo constante. El conflicto armado en Colombia no ha terminado; solo ha cambiado de forma.

