Por: Pablo Emilio Obando A.
«Un dato importante, por ejemplo, lo arrojó la mencionada investigación de la UdeA, que encontró que el 52% de los estudiantes disfrutaba presenciar actos violentos, como peleas entre sus compañeros, y al indagar en detalle las razones halló que la aceptación de la violencia en sus entornos (como el familiar) como la vía de solucionar cosas (como castigar ladrones, por ejemplo) tenía mucho que ver con ese comportamiento. En los últimos dos años han surgido nuevos estudios que detallan cómo la exposición a la violencia de manera reiterada puede cambiar la estructura del cerebro y detonar todo tipo de daños y deterioros neurológicos».
Es frecuente y común el observar como en diferentes ambientes sociales, laborales y familiares la violencia hace parte de su entorno. Un hecho que por cotidiano se convierte en una especie de escenario «común y normal «, pero que esconde una realidad que incide en el comportamiento y afecta la misma estructura del cerebro y el ADN.
Escenarios en los cuales es notorio el ambiente enrarecido ante la presencia de colegas o compañeros de labor que dejan entrever permanente malestar por el solo hecho de la presencia de quien consideran un «enemigo natural». Acechan con las miradas, inventan todo tipo de imprecaciones y no tienen recato alguno a la hora de injuriar contra el objeto de odio de turno.
Lo que no saben o ignoran es que sus odios y resentimientos son producto de un trastorno mental que los acecha internamente. Su cerebro y su misma estructura molecular ha sido modificada de tal manera que practican en su inconsciencia una autofagia que carcome sus mismas entrañas.
Seres que viven su propio infierno, su angustia, su soledad y su contante depresión existencial. Su vida es testimonio de una serie de trastornos mentales que trascienden este mismo ámbito. Abandono emocional, frustración existencial y un historial de fracasos en sus relaciones de pareja.
Los daños neurológicos son notorios por la expresión de unos comportamientos errados y de clara expresión emocional. La estructura del cerebro conlleva a una serie de comportamientos erraticos que no deben ignorarse.
La violencia física, emocional y afectiva se convierte en un ciclo de insospechadas repercusiones. Ante un escenario de tal naturaleza no dude en buscar otros espacios laborales o familiares. Convivir con un grupo afectado por un trastorno mental puede ser la puerta de un abismo en el cual terminemos compartiendo sus mismas patologías.
» La exposición a la violencia de manera reiterada puede cambiar la estructura del cerebro y detonar todo tipo de daños y deterioros neurológicos». Un detonante que amerita la atención de nuestras autoridades médicas.

