NILSA VILLOTA

¡Ni Maduro ni Trump!

Este año inicia con dos grandes noticias en materia de política internacional. La primera, como todos sabemos, es la cuestionada posesión del presidente venezolano Nicolás Maduro, quien desafortunadamente, se posesionó sin muchos contratiempos, a pesar de no haber ganado las elecciones. Todo el mundo estaba a la expectativa de que el pasado viernes 10 de enero en Venezuela se restablecieran los derechos políticos, sociales y civiles del país. Sin embargo, no fue así. Parece que hay Maduro para rato.

Por otra parte, está pendiente para el próximo 20 de enero la posesión del presidente electo Donald Trump, quien ganó las elecciones alzando las banderas de una política migratoria fuerte. Entre sus propuestas más controversiales se encuentran: realizar la mayor deportación de la historia, cerrar la frontera y establecer la pena de muerte para migrantes que asesinen a estadounidenses, entre otras. No obstante, aunque aún no se ha posesionado, la comunidad internacional esperaba un pronunciamiento más enérgico en contra de la dictadura de Nicolás Maduro.

¿Qué pasó con esa oposición férrea del gobierno electo estadounidense frente al régimen dictatorial venezolano? Se escucha en los corrillos que, al parecer, hay un “acuerdo” entre Maduro y Trump. Expresidentes latinoamericanos, entre ellos un colombiano, se atreven a afirmar que todo se reduce a un trato entre ambos mandatarios, donde Venezuela recibiría a los indocumentados expulsados de Estados Unidos, y a cambio, este levantaría el bloqueo económico para que el país sudamericano pueda comerciar su petróleo a precios internacionales. Si esto es verdad, serían políticas muy desafortunadas, especialmente para los venezolanos, que llevan tanto tiempo sufriendo los estragos de un mal gobierno comunista.

Así de fácil, dos ambiciosos de extremos opuestos tiran por la ventana las esperanzas de millones de personas de volver a los brazos de sus seres queridos. De esta manera tan mezquina y egoísta, prolongan el sufrimiento de sus connacionales.

Sin embargo, de toda esta terrible situación me surge una preocupación aún mayor. Recuerdo que, en mi época de universidad, Hugo Chávez fue elegido democráticamente el 6 de diciembre de 1998. El pueblo decidió correr ese riesgo, y digo «correr el riesgo» porque, cabe recordar que ese mismo personaje, tiempo atrás, había intentado mediante las armas un golpe de Estado que, afortunadamente, falló. Pero, ante los ojos de cualquiera, resultaba peligroso otorgarle poder a alguien con semejantes antecedentes. No obstante, así es la democracia: generosa y empática. Muchas veces nos premia, pero también, en ocasiones, nos reprende. A Venezuela, ese error le ha costado un cuarto de siglo de retroceso y éxodo.

Teniendo en cuenta lo anteriormente mencionado, me permito hacer varias reflexiones: ¿Habrán elegido mal los colombianos el 19 de junio de 2022 al presidente actual? ¿Estaremos, sin darnos cuenta, tomando el mismo camino de Venezuela? ¿Estamos equivocadamente adulando a este gobierno debido a las malas administraciones anteriores? ¿Valdrá la pena, en 2026, darle más tiempo a este proyecto?

Mis lectores darán su opinión. La mía, siendo sincera, es que mi voto será supremamente pensado y analizado, estudiando tanto la política interna como externa. Si cometemos errores eligiendo a personas que se atornillan en el poder, no habrá apoyo de países como Estados Unidos que nos salve ni intervención de las cortes que valga la pena. Los regímenes dictatoriales no sueltan el poder hasta que no acaban con su territorio.