Los cristianos tenemos la tradición de orar por los gobernantes, sea cual sea su filiación política, pero también de manifestar el desacuerdo con aquello que se opone a la dignidad humana.
En la actual crisis que vivimos, vemos con preocupación que los gobernantes en lugar de velar por la solución de los diferentes problemas que nos aquejan y atender las necesidades de sus conciudadanos, su foco de atención se ha centrado en conservar e incluso aumentar su poder político y económico, ocupándose de mantener su imagen positiva, así sea a punta de mentiras.
Se supone que los gobernantes deben ser competentes y honorables, porque funcionarios mediocres no solo representan un gran desgaste en el cumplimiento de las metas, sino de su imagen ante la opinión pública. Observamos que ante esta situación tan grave como la que atravesamos, los gobernantes de turno han vacilado en su actuar y han cometido serios y gravísimos errores, acrecentando aún más la enorme crisis económica, social y política.
Desafortunadamente en la actualidad nos ha tocado convivir con políticos mediocres, ineficientes y torpes, que no saben, no pueden o no quieren ejercer su función con diligencia o eficacia. Por eso, se palpa en el ambiente que la ciudadanía está mayoritariamente enfadada, con un desafecto manifiesto contra la clase política que hoy en día dirige los destinos de nuestro país.
En la mediocre polarización de la política de este país donde todo vale, nos encontramos con funcionarios públicos que no resuelven nada y estropean todo, agrandan los problemas sin encontrar soluciones, creando un malestar generalizado, pero la gente buena no reacciona, siendo pertinente que se conserve un espíritu crítico para no convertirse en cómplice.
En nuestro país, lo valioso no es tener la preparación adecuada para ejercer un cargo público, con conocimiento profesional. Hoy se premia el haber sido un buen y fiel seguidor a ciegas y en algunos casos empalagoso del líder o “mesías” de turno. Se aprecia más las lealtades personales, que las posibles capacidades personales, académicas o técnicas para ejercer, con garantía de éxito, una gestión pública. Pero cuando el gobierno en sí, es mediocre en su composición en prácticamente todos los niveles, es porque quien lo inspira y promueve también lo es.
La política se ha convertido en una profesión donde acuden, no todos, pero sí casi todos, a buscar únicamente un valioso botín del cual apropiarse. Cuanto tienen que aprender los actuales dirigentes para dignificar el quehacer público. Tendrían que empezar por ser honrados consigo mismo y reconocer sus carencias, para no aceptar responsabilidades que superan sus capacidades.
Por ello, en cuanto la oportunidad democrática lo permita, lo más urgente es cambiar los actuales gobernantes, por inútiles e incompetentes. Es el momento de dar entrada a una generación de políticos, que tengan un espíritu de entrega desinteresada, sin tintes populistas, sin mentiras, que no sean artífices de una mayor polarización que nos divide y enfrenta.

