Solemos olvidar que amable significa “digno de ser amado”; que amable es el que se comporta de un modo determinado siempre impulsado por un sentimiento puro. Por ello, al hablar de amabilidad, sin duda hemos de referirnos también al amor, pero es preferible tipificar a la amabilidad como valor por su carácter más concreto de actitud, de rasgo firme y definido de la persona que ama.
De este modo, cuando lo previsible, lo normal en una persona sea comportarse de forma afable y afectuosa, es porque la amabilidad ha adquirido la categoría de valor. La verdadera amabilidad es la que surge de los sentimientos.
La amabilidad más común, es la que tiene que ver con las formas y con las normas de conducta. Ésta solo sirve para seguir la corriente de lo que es socialmente aceptado, pero aporta poco más que una máscara.
Hemos visto que la amabilidad como valor es una actitud, un modo habitual de ser y comportarse, afectuoso y complaciente de toda persona que es digna de ser amada. El que ama practica su amor, lo hace realidad y lo exterioriza fundamentalmente mediante la amabilidad.
Todos podemos ser amables en ocasiones y por diversos y hasta oscuros fines, pero no es a esta amabilidad de conveniencia a la que nos referimos, sino a la amabilidad como valor, como disponibilidad permanente, libremente asumida y ejercida.
Pero la amabilidad es planta delicada que sólo germina en terrenos, climas y condiciones especiales. El terreno más indicado es el hogar y poco después la escuela.
Una persona amable es aquella que “por su actitud afable, complaciente y afectuosa es digna de ser amada”. Ese amor que dice “te necesito porque te amo” y no “te amo porque te necesito”. Es entonces cuando la amabilidad se convierte en una constante, porque el comportarse de manera complaciente y afectuosa con los demás, sentir su felicidad es lo mismo que sentir la propia dicha y alegría compartida.
La amabilidad se aprende en casa con el testimonio de los padres, principalmente con el trato entre ellos y con sus hijos. La familiaridad hace que olvidemos las normas de educación cuando una convivencia feliz depende también del cumplimiento de esas normas que significan el respeto nacido del amor.
Pidan los padres que entre hermanos se traten amablemente, aún en los momentos de enojo, evitando expresiones hirientes. Enseñen a sus hijos a ser amables, sobre todo con los más pobres y con los más necesitados. Las normas de educación se aprenden desde la niñez y se hacen hábito, de tal modo que un niño bien educado lo es, aunque no estén presentes sus padres.
La amabilidad nace de esos buenos sentimientos que el hombre alberga por el simple hecho de ser imagen misma de Dios. O se es amable, principalmente, por el amor que se tiene a toda criatura por ser obra de Dios. Por su parte, quien es amable con los demás se convierte en digno de amor.

