Soy uno de los más de mil millones de aficionados al fútbol, ese deporte que se conoce como el «rey» por su capacidad de unir a personas de diferentes culturas y nacionalidades. Sin embargo, en tiempos recientes, las sombras de la violencia han oscurecido lo que debería ser una celebración de talento y espíritu competitivo en los estadios, no solo en Colombia, sino en el mundo entero.
El fútbol se destaca como el deporte con más transmisiones en vivo, y la cifra de 3.5 mil millones de personas que vieron la final de la Copa del Mundo es un testimonio de su impacto global. Este fenómeno no solo refleja su popularidad, sino también la inmensa cantidad de dinero que genera en derechos de transmisión, patrocinios y ventas de entradas. No obstante, con este éxito vienen responsabilidades, y es alarmante ver cómo la pasión que debería unir a los aficionados a menudo se convierte en violencia.
Recientemente, hemos sido testigos de incidentes trágicos que han transformado lo que debería ser un espacio de alegría y camaradería en un campo de batalla. La pérdida de vidas humanas a causa de la violencia asociada con el fútbol es un sinsentido que contradice los valores fundamentales del deporte. Para muchos, el fútbol es una forma de arte y devoción, una forma de escape y entretenimiento; sin embargo, esa esencia se está perdiendo.
Ante estos acontecimientos, es esencial que las autoridades, clubes y aficionados trabajen juntos para restablecer el propósito original del fútbol: ofrecer un espacio de esparcimiento y diversión. Es fundamental que se implementen medidas efectivas que combatan la violencia en los estadios. Esto incluye mejorar la seguridad, reforzar las sanciones para quienes inciten a la violencia y, quizás lo más importante, fomentar una cultura de respeto y deportividad desde la infancia.
Inculcar la afición por el fútbol en los niños sin la carga de la violencia es crucial. Desde las escuelas y clubes deportivos, se deben promover valores como el respeto, la tolerancia y la celebración del juego limpio. Invertir en programas de educación deportiva que enseñen no solo habilidades técnicas, sino también cómo manejar la rivalidad de manera saludable, puede ayudar a cambiar la narrativa que rodea al deporte.

