P. Narciso Obando

MALOS QUE PARECEN BUENOS

En nuestro diario vivir encontramos a personas “malas” que se presentan como “buenas”, que no reconocen las injusticias que cometen, incluso que acusan a los buenos de ser malos.

Eso ocurre, de un modo casi escandaloso, cuando se presentan situaciones de conflicto. Quienes inician la agresión muchas veces por motivos insignificantes y desde ambiciones completamente injustas, quieren presentarse a sí mismos como justos, como buenos, mientras que buscan por todos los medios posibles denigrar a los demás.

Es fácil señalar un motivo de este tipo de comportamientos: Los malos, por más malos que sean, no dejan de intuir la importancia de no parecer como malos, por ello buscan por todos los medios a su alcance, ser reconocidos como buenos para justificar sus fechorías (que, según ellos, son acciones plenamente justas).

Sabemos, sin embargo, que la mona, aunque se vista de seda sigue siendo mona, y que el criminal, el mal gobernante, el dictador, el genocida, el usurero, y toda la larga lista de personas malignas, siguen siendo malos, por más que busquen parecer lo contrario.

Pero el hecho que los malos intenten, con mayor o menor habilidad, presentarse como buenos, significa un reconocimiento de que la bondad tiene siempre un valor muy superior a la maldad.

Ello no quita que el hecho, que un criminal busque parecer bueno, en ocasiones, aumenta su culpa. Un comportamiento así solo se explica por un alto nivel de perversión interior, al pretender que lo malo sea presentado y promovido como bueno, al intentar esconder los propios delitos bajo máscaras falsas de inocencia.

Frente a quienes, en su perfidia, intentan desprestigiar a las víctimas y aparecer no como verdugos, sino como benefactores de la humanidad, hay que levantar en alto la bandera de la verdad y de la justicia.

No podemos permitir que el mal avance, con ropajes de engaño y con hipocresías absurdas. Hay que denunciarlo con fuerza, al mismo tiempo que trabajamos, con sencillez y honestidad, en la promoción de la verdadera bondad que construye relaciones y sociedades más fraternas y auténticamente justas.

La victoria del bien inicia allí donde miramos al propio corazón y, con la ayuda de Dios y de personas correctas en su pensar y actuar, denuncian tantas intenciones torcidas, tantas tendencias desordenadas que nos acercan al abismo del mal, del pecado, de la injusticia.

Y esa victoria sigue allí donde reconocemos que también hay propósitos buenos, sentimientos nobles, impulsos e inspiraciones de Dios que nos llevan a la humildad, al servicio, a la acogida, a la entrega sincera a quienes viven a nuestro lado y esperan un poco de amor y de esperanza.


Abramos los ojos ante el mal que hiere nuestro cuerpo y nuestra alma y hacia la presencia continua de un Dios que ama eternamente a cada uno de sus hijos, hasta el punto de ofrecernos todo su amor en Jesucristo.