En una jornada marcada por la determinación de los ciudadanos y desafiando hasta las inclemencias del clima, las marchas del pasado 21 de abril en Colombia, específicamente la manifestación en Pasto, se convirtieron en un poderoso grito de descontento que resonó en todo el país. Lo que en un principio se vislumbraba como una protesta liderada principalmente por sectores empresariales y políticos de oposición, pronto se transformó en una expresión masiva de frustración y desilusión por parte de una amplia franja de la población.
Desde hace al menos una semana antes, el ambiente político tanto a nivel nacional como regional anticipaba un evento de gran envergadura. Los activistas locales, apoyados por figuras relevantes de movimientos y partidos políticos, prometían una protesta contundente, alimentada por un descontento cada vez mayor. A pesar de las predicciones meteorológicas desfavorables, nada pudo disuadir a los manifestantes de expresar su malestar y su deseo de un cambio real.
El desencanto se enraíza en las promesas incumplidas y las expectativas frustradas. Durante la campaña electoral, las palabras poéticas y las promesas grandilocuentes del presidente Petro inspiraron esperanzas de un futuro mejor, pero ahora se enfrentan a la dura realidad de la vida cotidiana. Problemas como la inseguridad, el alto costo de vida y la falta de atención a regiones marginadas como Nariño han exacerbado el malestar y la sensación de abandono.
En Nariño, donde el apoyo al presidente Petro fue significativo, la decepción es especialmente profunda. Las expectativas de un gobierno de izquierda que atendería las históricas deudas con las comunidades indígenas y llevaría a cabo proyectos de desarrollo vitales se han visto frustradas por la falta de acción y la indiferencia gubernamental. Los bloqueos en las vías y la falta de atención a proyectos de infraestructura han dejado a la región sumida en el estancamiento y la desesperanza.
Es evidente que el gobierno no puede ignorar el mensaje claro y contundente que las marchas del 21 de abril transmitieron. El descontento ciudadano está en aumento y no puede ser descartado como una minoría ruidosa. Es fundamental que el gobierno escuche y responda a las demandas legítimas de la población, reconociendo las fallas y trabajando activamente para abordarlas.
Negar la magnitud del malestar ciudadano y desestimar las manifestaciones como simples actos de oposición política sería un grave error. Como dijo Humberto de la Calle, ignorar esta realidad es como golpearse los dientes con una piedra. Es hora de que el gobierno tome medidas concretas para abordar las preocupaciones de la población y reconstruir la confianza en la institucionalidad democrática del país.

