FERNANDO ALEXIS JIMENEZ

Historia de pobreza escrita desde una guitarra

Al cerrarse la puerta del bus por poco le daña la guitarra, con armazón de triple, remendada con cinta adhesiva gris, y pintada en su totalidad de verde, no por aquello del color de la esperanza, sino porque fue la más barata que consiguió en un almacén

Saludó cortésmente. Nadie respondió. Los buenos modales se han ido acabando en el sistema de transporte masivo. Es que se suben unos y otros a vender, a rapear, a pedir para “mi esposa que está grave en el hospital” aun cuando la fórmula está muy vieja, color sepia y, en consecuencia, la decisión de los usuarios es medir sus palabras, ahorrarlas.

Y el canto del hombre. Dos canciones de Olimpo Cárdenas. Los jóvenes miran extrañados, sin saber de qué cantautor son los temas, y los viejos evocando su juventud, cuando lo más atrevido que hacían con su novia era tomarle la mano y darle un beso furtivo.

Pide la colaboración. Todos indiferentes. Comienza el recorrido, y las excusas: el que baja la mirada, el que finge escuchar radio con sus audífonos conectados al teléfono, el que mira a través de la ventana, la señora que protesta: “Mire por donde anda, que me piso”, y al término de la travesía en medio de los pasajeros, la colecta sólo suma $1.350 pesos.

Se ubica en la mitad del bus masivo. Vuelve a contar, para comprobar que no se equivocó. Se mete el dinero en el bolsillo, y justo cuando se apresta a salir, una señora robusta lo atropella y, de paso, le aplasta la guitarra. Crack. Algo que se rompe. La madera frágil del instrumento. Cuestión de segundos. Para él, una verdadera tragedia.

Se baja en la estación siguiente. Pensaba por igual en su guitarra averiada de nuevo, al igual que en su familia allá en la ladera.  La otra cara de la pobreza que no se muestra, pero que es real. No podemos desconocerla.

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