Ricardo Sarasty

Una paz mal hecha o una guerra feroz

Ad portas de diciembre, mes que el mundo cristiano ha designado como tiempo de amor y paz en recuerdo del nacimiento del Mesías, Dios convertido en hombre con el solo propósito de enseñar a amar en pro de la vida.

No obstante, pareciera ser que los humanos, creyentes y no, dedicáramos todos los dones que nos distinguen de los otros seres, en especial la inteligencia, a contradecir un mandato divino para los que profesan una creencia o una ley natural para aquellos que no la tienen, el de mientras se puede disfrutar de este mundo, hasta ahora sin otro parangón igual o mejor en el resto del universo,  no impidiendo por ninguna causa o motivo que otros seres también accedan  con facilidad a ese derecho.

Así lo aprendieron y más de uno lo proclama como parte de su fe los seguidores de la iglesia levantada sobre las palabras de aquel a quien los católicos llaman su salvador. No con sentido diferente deberían aceptar esta proclama aquellos que pese a no formar parte de este credo igualmente hablan del amor y la paz como fundamentos de la existencia.

Solo que de lo dicho a lo hecho se ve un gran, inmenso, trecho, pues son muy pocos entre los cristianos los que siguen el ejemplo de su maestro. A fuera de los templos en la cotidianidad son pocos los que aprecian, valoran y buscan semejarse a él, o sea: ser grande en su sencillez, ser rico en su humildad, ser débil en su poderío, ser manso en su furia.

Todo lo contrario, se muestran soberbios y desprecian todo acto que con lleve a establecer lazos de concordia con aquel a quien ven raro por no pertenecer a su grupo, clan, estrato, clase. Tan así que cuando no pueden aislarlos, son ellos los que se aíslan, cuando no los ahuyentan son ellos los que prefieren huir. Levantan barreras, establecen guetos, construyen fortalezas.

Sin embargo, insisten en orar y si de todas sus faltas le piden perdón, no son sinceros al ignorar la mayor y más grave de ellas, la de permanentemente estar azuzando los vientos de la guerra porque no pueden imaginar sino un mundo en el cual ellos han prevalecido gracias a que utilizaron la inteligencia para crear armas que les facilitaron el exterminio de todo cuanto no era de su agrado, por mostrarse y valorarse como diferente o no aceptar ser su vasallo.

Ahora para apreciar la grandeza de la paz y la dulzura del amor tampoco se requiere matricularse en una doctrina. Como para ser destructor, ruin, se esta obligado a ser apostata de cualquier ideal religioso y proclamarse incrédulo.

Las guerras se han declarado entre creyentes y no creyentes o practicantes de diferentes religiones, teniendo solo como causa el deseo de mostrarse únicos, superiores, cuasi deidades . Solo que a lo mejor mientras en la tierra la hechura más perfecta de cada una de las divinidades destruye uno al otro y en su afán depredador arrasan también con lo que fueron sus paraísos, en el parnaso, cielo, olimpo o morada eterna, los máximos creadores comparten y se admiran de la manera como el producto de su amor ha sido incapaz de permitir que en él tome forma, aunque sea, la más pequeña bondad.

Quizá en su inmensa sabiduría aun no exista una explicación para entender porque en su obra, siendo su imagen semejante no encuentran una señal del don de la caridad, tal como ellos la concibieron, como vinculo y por lo mismo contraria a la guerra. Bueno talvez lo consideren consecuencia de la imperfección con la que quisieron obligarlo a hacer uso de la razón para terminar así mismo su pulimiento y brillantez, logrando únicamente lo contrario.  ricardosarasty32@hotmail.com