En la anterior columna se invitó a los aficionados a hacer cuentas a que ejercitaran el cerebro calculando la cantidad de plata requerida para una campaña, cuyo único propósito es la de posesionar el nombre del candidato para que pueda contar con la certeza de, al menos, ubicarse entre los que realmente se ven posibilidades de ser elegidos.
El propósito de convidarlos a que hagan las correspondientes operaciones matemáticas para resolver la ecuación que termine justificando los gastos de campaña con el salario igual obtenido durante el ejercicio del cargo más otros emolumentos recibidos como parte de la remuneración mensual y anual.
A ojo de buen cubero los recursos empleados durante la campaña superaban con mucho a lo devengado una vez elegido y posesionado por lo que quedado en el aire la pregunta o será la duda que cualquiera puede hacer o poner de manifiesto: ¿si ni siquiera se compensa lo desembolsado para pagar todo cuanto se debe de tener y hacer para cumplir con el objetivo primordial de ser el ungido como alcalde o gobernador, para qué y por qué puede buscar serlo?
Se puede llegar a pensar en que existen personas tan altruistas para las cuales importa más el bienestar de la comunidad que el individual. Gente con tantos recursos monetarios para quienes un peso menos, claro está que lo de un peso menos es solo una figura literaria, porque son 1000 millones mal sumados los que deberían ser insignificantes en el caudal monetario del supuesto bienhechor, presumiendo que su único propósito no sería nada diferente al de servirle a los suyos sin buscar como compensación más que la sola gratificación del deber cumplido con la bendición divina.
Pero ¿si los hay? ¿Si se puede creer en su existencia? La realidad cruda y lironda manda a advertir que es más factible el que en cualquier día nos visiten los marcianos y no la posibilidad de ver en los despachos de los gobiernos locales a los émulos de San francisco o de Santa Teresa de Calcuta. Porque por algo ha de ser que siendo gastos los de campaña ellos en conjunto con los integrantes de su equipo de trabajo prefieren hablar de inversiones y llaman a sus posibles colaboradores a colocar sus dineros en las campañas como se tratara de una transacción más en las bolsas de valores.
En esas condiciones no queda sino pensar en los intereses perseguidos por los contribuyentes que llegan a las sedes de las campañas llevados por el animo de poner no su granito de arena sino puñados de billetes de importante denominación.
Porque como se escucha decir en el mundo de los negocios: nadie compra pan para vender pan y tanto los financiadores de las campañas como el candidato son negociantes por lo que aquello de poner en la caja de gastos tanta platica, como se ha visto y se ve, no es tan solo una acción necesaria para hacer posible ganar las elecciones.
Pues si esta es una ganancia no es la única que se busca y se logra, el coronar con el candidato patrocinado la meta propuesta debe traducirse en no solo una si no muchas más ganancias, esta si efectivas, contantes porque solo de esa manera los 100, o los 200 millones con los cuales se ha participado de los gastos se recuperan con creses a intereses altos y mucho más altos y más rendidores son los que corresponden a esa platica que entra por la puerta de atrás de la sede, de que no queda registro porque es una contribución hecha con la condición de que es un gasto asumido como personal por aquellos que están dispuestos a demostrar que compraron camisetas, pagaron orquestas y mandaron ha hacer pancartas porque quisieron. @Ricard0

