Por: Carlos Santa María
Hace unas décadas atrás las telenovelas mexicanas eran las más apetecidas puesto que su objetivo era llenar las tardes de las personas con cuentos de hadas realizados por actores y actrices que provocaran una explosión de sentimientos, de tal modo que entretener ideologizando era perfecto.
Para la mayoría estos productos eran bondadosos al igual que los comics del Pato Donald, la Caperucita Roja y otros, todos en el mismo lugar de la recreación sana y para la población en su conjunto incluyendo niños, adultos, trabajadores, etc., es decir, al país entero si fuese posible.
«Hoy se conoce que en Colombia son cerca de 60 familias las que controlan el país, sin contar con aquellas que siempre salen en portadas de revistas, confirmando que es similar a la mayoría de naciones con régimen capitalista neolibera».
Lo que no se dijo, y aún continúa, es que en el fondo lo que se tramaba era una defensa de las élites que pese a tener dinero sufrían por la falta de amor por lo tanto eran iguales que cualquiera, extrayendo la condición económica del análisis profundo en tanto relaciones de producción.
Aún más, incentivaban el que a través del afecto algunas preferentemente podían subir en la escala social pues de ser empleadas del servicio (de buena familia, aunque empobrecidas por obra del destino), llegaban a casarse con el patrón quien se enamoraba de la bella doncella…que incluso podía postular a reinados de belleza.
Toda esta irrealidad hizo pensar que las élites lo son gracias a un trabajo agotador y no debido a acciones comerciales que incluyen una sagacidad en las relaciones con el estado para obtener ingentes cantidades de dinero las que, invertidas acertadamente, proporcionan estabilidad y crecimiento de la riqueza.
Hoy se conoce que en Colombia son cerca de 60 familias las que controlan el país, sin contar con aquellas que siempre salen en portadas de revistas, confirmando que es similar a la mayoría de naciones con régimen capitalista neoliberal.
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La conclusión es que los megamillonarios también se quejan de lo que no los favorece y emplean sus poderes para redirigir las políticas públicas hacia sus intereses. Así, el título es cierto: lloran cuando pierden privilegios; lo verdadero es que no se organizan con la plebe.

