POR: P. NARCISO OBANDO (Sacerdote)
En un mundo cegado por el materialismo y alejado de Dios, algunas personas descubren que en la vida existe una felicidad que no proporcionan las riquezas materiales: Una felicidad que se halla solamente en el encuentro con Jesucristo, y en el compromiso de dar la propia vida por amor a él y a los hermanos. Abrazando la virtud de la humildad, se aprende a desconfiar de las propias fuerzas y a ponerse en actitud de un mendigo que constantemente implora de Dios la limosna de la gracia.
Hoy en Colombia, muchas, muchísimas personas viven en situación de pobreza. Estas desalentadoras cifras siempre nos exigen luchar por una vida más digna para todos, y hemos de esforzarnos siempre para combatir la pobreza social. Pero debemos estar atentos a cierta clase política que maneja muy astutamente el discurso de los pobres, ya que quienes supuestamente luchan contra los ricos por los derechos de los pobres, una vez que llegan al poder se convierten en los nuevos ricos y acaban explotando a la clase trabajadora. Dicen amar a los pobres, pero sólo para mantenerlos en la pobreza, alimentándoles el sueño de que un día saldrán de ella; pero sabiendo que, si se acaba la pobreza y crece la clase media, estos políticos perderán las elecciones porque los pobres votarán por otro candidato o partido político.
Aunque resulte escandaloso e irrisorio para nuestros tiempos, el Evangelio nos sigue invitando a la pobreza elegida libremente como estilo de vida. Hay personas que optan por una pobreza radical porque se sienten llamadas por Dios. No todos estamos llamados a ello, pero sí estamos llamados a hacer algo que se llama vivir en sobriedad, en moderación, a decir “NO” al derroche ni al consumismo, ni al lujo desenfrenado, lo cual insulta a los más marginados. Todo esto no es más que practicar la bella virtud de la templanza.
Muchas veces hacemos el mal que no queremos, o se nos van injertando adicciones al alma que pueden durar años y años: Alcohol, drogas, sexo, juego o redes sociales, porque nunca aprendimos a defendernos de nosotros mismos. Es buenísimo saber decir “no” a muchos deseos. Enseñándonos a tener victorias internas es hacer que brote la paz a nuestros corazones.
No es la abundancia de los bienes materiales la que nos excluye del Reino de los cielos, sino el mal uso que podemos hacer de ellos. Darles a los hijos muchas cosas, demasiadas cosas, es crearles necesidades inútiles y artificiales que van creando costumbre en ellos, les van sofocando valores profundos y los hacen esclavos de la necesidad.
El deseo de ver a Dios es lo que hemos de cultivar en la vida. Al contemplar a Dios en la vida futura tal como él es en sí mismo –el océano de amor entre las tres divinas Personas–. Esa maravillosa visión será proporcional a nuestro deseo de Dios, a nuestra humildad y sobre todo a nuestra caridad. Que la sencillez y la sobriedad del mismo Cristo que se queda en la pobreza de un pedazo de pan, nos inspire a buscar la sencillez y la sobriedad en nuestro estilo de vida.

