Al celebrar ayer Escuela Normal del Instituto Pedagógico Militar sus Bodas de Platino, 65 años, qué grato, como exalumno, traer a estas páginas una breve síntesis de su historia.
Hablar del viejo Instituto Pedagógico Militar, convertido después en la Gran Escuela Normal del Instituto Pedagógico Militar, creado mediante Escritura Pública 1907 de noviembre 27 de 1956 suscrita por las cooperativas del magisterio de Nariño y de militares retirados, es hablar de la rica historia de la educación nariñense.
La vieja casona propiedad del Hospital San Pedro, sede del Hospital Infantil Los Ángeles, dio albergue en una parte de ella para que allí se fundara este colegio que, desde aquel lunes 10 de octubre de 1956, con el gran pedagogo Jorge Buendía Narváez, como su primer rector, poco a poco, con paso lento pero firme, y la sapiencia de sus directivos docentes, administrativos y docentes, se convirtió en el gran formador de maestros superiores, los maestros que Pasto, Nariño y el suroccidente colombiano necesitaban.
Al celebrar hoy, aun en medio de esta situación de pandemia, sus Bodas de Platino vienen a mi memoria de exalumno Pedagógico, cual una interminable procesión, bellos recuerdos que vivimos en sus aulas escolares con esa camada de compañeros y compañeras con quienes nos disputábamos los primeros puestos. De hecho, todos queríamos ser los mejores estudiantes, los mejores maestros, siguiendo las insignes e imborrables huellas de nuestros maestros.
Ingratos seriamos no recordar a nuestros maestros Octaviano Revelo, el rector que llevó al Instituto a su ‘Edad de Oro’; a Luis Figueroa Velasco, Edgar Mejía, Fanny Cabrera, Yolanda Gómez, Aura Lucy de Coral, José María Hernández, Nell Antonio Rosero, Hugo Ibarra, a los hermanos César y Carlos Burbano Mosquera, y cómo no, a nuestra benemérita Josefina Martínez Insuasty, ‘La Chepita’, como cariñosamente la llamábamos; para ellos nuestra eterna gratitud y una oración por quienes ya viajaron a los confines de la eternidad. Loa a la Institución Educativa Municipal Pedagógico.
Por: Jorge Arturo Bravo