Por: Ricaurte Losada Valderrama
Nuestra Constitución cumplió este jueves 33 años y desde entonces he insistido en la necesidad de corregir los errores en que se incurrió al expedirla, como haber pulverizado los partidos políticos, diezmado más la justicia, politizado la organización electoral y dejado la descentralización ni siquiera a mitad de camino, entre otras fallas, eso sí, advirtiendo sobre la necesidad de conservar lo positivo que tiene, que también es mucho.
Como a los anteriores yerros y a muchos otros, me he referido en cada aniversario y en otras ocasiones, ahora selecciono la consagración que ella hace de los valores, a través de la importante carta de derechos que establece, pues en la Constitución hay normas y reglas en conexión con valores y principios que indican las directrices, el sentido y la finalidad del ordenamiento constitucional y, en general, institucional del país.
Esos valores representan el catálogo axiológico que suponen el sistema de preferencias en que se fundamenta la convivencia. Se trata de opciones ético-sociales básicas que presiden el orden político, jurídico, económico y cultural del país y, sobre ellos se diseña la finalidad del Estado. Son normas de clausura del sistema jurídico porque se encuentran en la posición más elevada: completan, guían y limitan el resto de normas o de su interpretación, sin los cuales las restantes pierden su razón de ser, pero que a diario se desconocen.
Los valores de convivencia, trabajo, justicia, igualdad, conocimiento, libertad y paz están consagrados en el Preámbulo de la Constitución, precedidos del esencial, podría decirse, del valor de valores que es la vida, sin el cual los restantes pierden su razón de ser y en el artículo primero se consagra el valor de la dignidad humana, cuyo reconocimiento configura el reconocimiento de todos los demás derechos.
También, a manera de más ejemplos, son valores los establecidos en el artículo segundo de la Carta Política, en referencia a los fines esenciales del Estado, el servicio a la comunidad, la prosperidad general, la efectividad de los principios, derechos y deberes y la participación. Todos son propósitos a los cuales se quiere llegar y su relación con los medios adecuados para conseguirlos depende, por lo general, de una decisión política que le corresponde de manera preferente al constituyente-legislador.
Y porque en Colombia generalmente se hace primar lo negativo sobre lo positivo, teniendo tantos seres humanos con destacados valores no reconocidos, sino al contrario, hasta
perseguidos y, así hay que reconocerlo para trazar verdaderos caminos de vida, cambio, transformación y desarrollo. Justamente por ello se deben destacar y exaltar los muchos valores con que cuenta Colombia.
Por ejemplo, la semana pasada el Senado de la República exaltó al empresario, ejemplo de superación y constancia, Manuel Castellanos, concediéndole la orden del Congreso de Colombia, en el grado de Comendador, quien fundó y dirige a Cendiatra, institución médica con una sólida trayectoria de más de cuarenta años al servicio de los trabajadores y con amplia experiencia en salud ocupacional, e institución que presta servicios de alta calidad al sector empresarial y comercial, posicionada como la principal entidad enfocada a velar por los sistemas de gestión de seguridad y salud en el trabajo y extendida por prácticamente todo el país.

