¡Estamos felices!

Anibal Arévalo

El triunfo rotundo de Gustavo Petro y Francia Márquez nos tiene felices a más de once millones de colombianos, quienes, sin dudarlo un solo minuto, dimos el voto por la única propuesta seria que se presentó en esta contienda electoral para ocupar los cargos de presidente y vicepresidenta de la República. Pero, además, no solo es el hecho de cambiar un presidente; se trata es de acabar con la rampante corrupción, las profundas desigualdades que aquejan a los sectores más desfavorecidos, brindar mayores oportunidades en materia educativa y de salud.

En eso radica el cambio. No se trata de cambiar de rostro para seguir con más de lo mismo, como siempre engañaron al pueblo colombiano. Estamos ante un cambio verdadero, una revolución pacifica que se hizo ante las urnas y con el poder que nos da el voto. En otra oportunidad, quienes no compartían las políticas estatales optaban por la rebeldía armada, la insurrección; pero eso tuvo un costo: más de ocho millones de víctimas que no recibieron reparación, no conocieron la verdad y, lo grave, es que los hechos continuaron presentándose por décadas.

Hemos transitado hacia el cambio con el cual se buscaba sacar del poder a viejas dictaduras anquilosadas a un Estado que humillaba al ciudadano. Algunos países lo lograron por la vía armada, con el apoyo de potencias como la Unión Soviética, en sus programas de dispersión del comunismo y la búsqueda de la hegemonía, en momentos en que se vivía la Guerra Fría en todo su esplendor.

Hoy estamos en tiempos nuevos, y con nuevas formas de lograr un estado de bienestar con oportunidades para todos. Hemos superado el sectarismo. Los viejos partidos tradicionales perdieron su protagonismo. La forma de hacer política es mediante un pacto social, como lo plantearía el pensador suizo JJ Roseau. El pacto se hace entre diferentes, confluyendo en principios y acuerdos.

Y así es como se llega a este momento que se había soñado por décadas. Lo habían intentado nuestros abuelos con Gaitán, pero la esperanza fue apagada por una oligarquía criminal. Lo intentamos luego con Jaime Pardo Leal, un brillante jurista y orador, candidato presidencial por la Unión Patriótica, pero fue vilmente asesinado cuando regresaba de su finca.

Luego sería con Bernardo Jaramillo Ossa, un paisa muy joven que tenía todas las dotes para presidente, pero también fue asesinado en los inicios de lo que sería el más grande de los genocidios que recordará el país por décadas, en contra de la UP, con más de cuatro mil asesinatos. Igual ocurriría en la década de los noventa con el asesinato de Carlos Pizarro Leongómez, cuando aspiraba a la Presidencia de la República, luego del acuerdo de paz con la guerrilla del M-19 y el gobierno de Virgilio Barco.

Ahora, fueron estas generaciones sobrevivientes de la pandemia, junto con los jóvenes del estallido social, los que lo hicimos y lo logramos. Llevamos a Gustavo Petro a la Casa de Nariño, asimilando muy bien el mensaje que nos deja el desgobierno, la manera descarada cómo se roban el presupuesto para la conectividad para los niños más pobres del territorio; los abusos que se cometieron con las consecutivas reformas tributarias.

Los retos de Gustavo Petro, primordialmente, están enfocados en la protección del medio ambiente y controlar el calentamiento global, reforma a la salud, ampliar la cobertura de la educación, llegar a tres millones de viejitos y viejitas con una pensión de medio salario mínimo, profesionalizar a los miembros de las fuerzas armadas y prepararlos en derechos humanos, la participación de la mujer, el impulso al turismo y la cultura, entre otros puntos.

Petro se propone captar recursos con el control del presupuesto que la Nación destina a programas y que no gozan de eficiencia (corrupción) y el cobro de impuestos cuatro mil de los colombianos más ricos y que no están haciendo.

Lo cierto es que hemos elegido en Colombia a un líder con una preparación excepcional; viene a partir la historia republicana en dos: el conocimiento del país, la estructuración de un plan de gobierno y su gran pedagogía discursiva, lo convierten en el mejor líder latinoamericano. Esperamos verlo en el recinto de la Naciones Unidas o grandes foros mundiales para ser aclamado por el mundo entero.

Por: Aníbal Arévalo Rosero

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