Por: Monseñor Juan Carlos Cárdenas
El evangelista Mateo (5,1-12), describe hoy el inicio el conocido sermón de la montaña, con las bienaventuranzas. El papa Francisco las llama “carnet de identidad del cristiano”. Les propongo estas tres reflexiones.
1. Llamados a la santidad
En la exhortación apostólica “alégrense y exulten”, el Papa Francisco explica que «la palabra “feliz” o “bienaventurado”, pasa a ser sinónimo de «santo», porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha».
El sermón de las bienaventuranzas nos muestra el camino para responder a esta llamada. No mitifiquemos la santidad, porque no se trata de salirse de la normalidad de la vida. Todo lo contrario: se trata de permitir a Dios que inspire nuestra cotidianidad. A esta vocación se responde buscando agradar a Dios en la sencillez de cada tarea, de cada palabra.
2. Signo de contradicción
Por supuesto que vivir los valores de las bienaventuranzas no es algo sencillo. La mentalidad del mundo nos empuja a ir en otra dirección. Precisamente, en el documento que estamos citando del Papa, este nos advierte que «las bienaventuranzas de ninguna manera son algo liviano o superficial». Pero vivirlas no es imposible; el Santo Padre nos aconseja: «solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo».
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¿A quién queremos tener contento? ¿A Dios o al mundo? Hoy parece que todo nos invita a buscar el agrado del mundo: basta que miremos todo lo que tanta gente está dispuesta a hacer por hacerse tendencia en las redes, por ganar popularidad. Pero al final, todos esos momentos así como llegan pasan. Pero agradar a Dios nos da algo duradero: armonía, paz interior, humanidad equilibrada.
3. El valor de llorar
Me he querido detener aquí: «Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados».
El sufrimiento parece un contrasentido y de él queremos huir a como dé lugar. Pero Jesús nos muestra que la capacidad de conmoverse hasta las lágrimas es un valor.
El Papa Francisco nos enseña que «la persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón […] puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas. De ese modo encuentra que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor […] Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida».
Este camino de las bienaventuranzas. Seguirlo no solo nos acerca a Dios; nos hace más humanos y nos abre al encuentro de los demás.

